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jueves, 12 de junio de 2025

Proyección de poder aéreo: La posibilidad de ataques aéreos chinos desde el espacio

Avión cohete chino ataca prácticamente desde el espacio: es muy posible

Roman Skomorokhov || Revista Militar




 
El 26 de diciembre de 2024, China sorprendió al mundo al lanzar al aire no uno, sino dos nuevos prototipos de cazas que encarnan su visión de los sistemas aéreos de próxima generación: el Chengdu J-36 y el Shenyang J-XX/J-50.


 

A través de una cadena de filtraciones cuidadosamente dosificadas —porque, seamos sinceros, si alguien sabe guardar secretos militares, es el Imperio Celestial—, China ha dejado entrever una jugada que nadie vio venir. Dos aeronaves, completamente nuevas, salieron a la luz: un enorme avión sin cola y con ala en forma de diamante, identificado como J-36 (fuselaje número 36011), fabricado por Chengdu, y otro de menor tamaño —aunque igualmente imponente— de ala lambda, desarrollado por Shenyang, conocido de forma extraoficial como J-XX o J-50.

Que China estuviera trabajando en su propia visión de un sistema de combate aéreo de sexta generación era un secreto a voces. Pero nadie esperaba que dieran este paso tan pronto. Y mucho menos, que lo hicieran con semejante contundencia.

Primero, porque todos asumían que Estados Unidos marcaría el rumbo en este terreno. Su programa NGAD (Next Generation Air Dominance) había dominado el discurso sobre los cazas del futuro, y parecía cuestión de tiempo hasta que los norteamericanos se llevaran el primer aplauso. Pero China se adelantó.

Segundo, porque no se trató de una única plataforma experimental. China reveló dos programas distintos, desarrollados por dos fabricantes competidores, que avanzan en paralelo en investigación, desarrollo y producción. Chengdu y Shenyang, ambos trabajando al unísono, pero por caminos separados, hacia una misma meta: redefinir el dominio aéreo.

Y así, de un momento a otro, China no solo presentó su primer caza de sexta generación. Presentó también el segundo. Con apenas unas horas de diferencia.

No hay otra forma de decirlo: 2025 arrancó con China en el centro del escenario de la aviación militar global. Mientras otros hablaban del futuro, ellos lo pusieron a rodar por la pista.




Hoy, todas las miradas están puestas en una sola silueta: la del Chengdu J-36. No porque sepamos exactamente qué es —todo lo contrario—, sino porque lo que rodea a esta máquina está envuelto en una neblina de misterio, lo que, en tiempos como estos, es casi una invitación a imaginar. Diseño, capacidades, propósito… el J-36, creación inesperada de Chengdu Aerospace Corporation (CAC), nos deja espacio para especular, y eso lo hace aún más fascinante.

Lo que sí se ha filtrado —en fotos y videos cuidadosamente controlados— revela un avión con diseño de ala en diamante, sin superficies de cola. Un auténtico “ala volante” futurista. En sus primeras apariciones, el J-36 estaba propulsado por dos motores turbofán, pero luego surgieron imágenes que mostraban un tercer motor, algo que abrió una cascada de preguntas.

En cuanto a su tamaño, el J-36 es considerablemente más grande que el ya imponente J-20, también desarrollado por Chengdu. Algunos analistas estiman una longitud de 23 metros y una envergadura de 19,2 metros, lo que lo ubica por encima del J-20, que mide 20,3 m de largo con una envergadura de 12,88 m. A partir de eso, se proyecta un peso máximo al despegue (MTOW) de entre 50 y 60 toneladas.

¿Y qué clase de caza necesita ese tonelaje? Para ponerlo en contexto, el Su-34 ruso, que es más un bombardero táctico que un caza puro, tiene un peso bruto al despegue de 45 toneladas. Y aquí estamos hablando de un supuesto caza de superioridad aérea, con una masa comparable —o incluso superior— a la de un bombardero pesado.

Y no olvidemos los tres motores. Una decisión que ha generado tanto desconcierto como teorías. Algunos apuntan a la falta de empuje suficiente de los propulsores chinos más avanzados, como los WS-15, que, según datos disponibles, generan unos 16.000 kgf de empuje cada uno. En comparación, los motores del Su-34 —AL-31F-M1— entregan alrededor de 13.000 kgf. Sobre el papel, los WS-15 superan esa cifra. Pero claro, está el eterno talón de Aquiles de la ingeniería china: la fiabilidad.

Si el J-36 necesitara realmente tres motores para alcanzar su rendimiento esperado, algo no cuadra con la idea de un caza ágil y maniobrable. Con dos WS-15 debería poder despegar… pero no necesariamente combatir con la agilidad que exige el dogfight moderno. Y sin maniobrabilidad, ¿sigue siendo un caza? O estamos, tal vez, ante un nuevo tipo de plataforma, más cercana a un bombardero sigiloso, un lanzador de armas hipersónicas, o incluso un nodo aéreo de guerra electrónica o control de enjambres.

Lo cierto es que, por ahora, el J-36 no despeja las dudas. Las multiplica.
Y eso lo hace aún más intrigante.


La elección de tres motores en el diseño del J-36 no es un simple capricho de ingeniería. Es, en muchos sentidos, una anomalía en el mundo de la aviación de combate moderna, donde la eficiencia, la maniobrabilidad y la reducción de peso mandan. Pero China, una vez más, parece estar jugando con sus propias reglas.

Una posibilidad es que Chengdu esté apostando al desarrollo definitivo del WS-15, el motor de quinta generación chino que promete empuje suficiente para mantener vuelo supersónico sostenido y mejorar radicalmente la relación empuje-peso. Pero lo interesante aquí no es solo el empuje. La adición de un tercer motor podría tener objetivos mucho más ambiciosos.

Más allá de mover una estructura pesada, tres motores significan también una enorme generación de energía eléctrica. Y eso podría ser la clave. Porque un caza de sexta generación no solo debe volar: debe ver más, procesar más, comunicarse más y defenderse más. Sistemas de guerra electrónica avanzados, sensores multifrecuencia, radares AESA, enlaces de datos de alta capacidad, e incluso armamento defensivo de nueva generación —como láseres de alta energía (HEL) o microondas de alta potencia (HPM)— requieren una cantidad colosal de energía y refrigeración.

Visto así, la configuración del J-36 parece mucho menos una rareza y mucho más una pieza central del concepto chino de guerra aérea del futuro. Un sistema de combate aéreo en red, donde el J-36 no es solo un avión de combate, sino el cerebro aéreo que coordina enjambres de UAVs, guía misiles inteligentes, y opera de forma autónoma junto a otras aeronaves, tripuladas o no.

Incluso si su rol se limitara únicamente a actuar como nodo de mando y control, el J-36 necesitaría una capacidad de procesamiento de datos y transmisión en tiempo real sin precedentes. Eso implica potencia bruta, capacidad de enfriamiento, redundancia, y arquitectura electrónica avanzada. Porque controlar un enjambre aéreo no es simplemente cuestión de presionar botones: es gestionar inteligencia, amenazas, objetivos, y trayectorias múltiples en fracciones de segundo.

Por eso, uno o dos motores quizá serían suficientes para una plataforma especializada en tareas limitadas, como el despliegue de drones. Pero China parece querer más: que cada J-36 sea un centro de mando volador, un sistema multirole de largo alcance, capaz de operar por sí solo o en conjunto, y hacer todo eso con autonomía operativa y sostenida.

Y en ese camino, no se descarta que futuras versiones del J-36 estén propulsadas por motores de ciclo variable (VCE), una tecnología emergente que permite que las turbinas operen a velocidades distintas según la necesidad. Esto no solo mejora la eficiencia del combustible, sino que permite gestionar de forma más inteligente el flujo de energía a los distintos subsistemas electrónicos del avión.

Con un peso estimado al despegue de entre 50 y 60 toneladas, el J-36 se sitúa en un terreno poco habitual para un caza. Esa envergadura se traduce en una enorme capacidad interna de combustible y espacios generosos para armamento, lo que le da alcance estratégico y capacidad de carga pesada.

Pero aquí surge la pregunta inevitable: ¿sigue siendo esto un caza? Porque todo en el J-36 —su tamaño, sus motores, su misión, sus sistemas— apunta más bien a una nueva categoría híbrida, algo entre caza, bombardero, centro de mando y lanzador estratégico.

Tal vez no estamos viendo el futuro de los cazas…
Sino el nacimiento de otra cosa completamente distinta.



Por ahora, todo lo que sabemos sobre el alcance y la capacidad de carga del J-36 está cubierto por una neblina de especulación. Pero, incluso en ausencia de cifras oficiales, hay pistas suficientes para armar el rompecabezas.

El objetivo estratégico parece claro: cubrir la primera cadena de islas —Japón, Taiwán, Filipinas e Indonesia— sin depender del reabastecimiento en vuelo. Para ello, el J-36 debería contar con un alcance significativo, lo bastante amplio como para entrar y salir del espacio aéreo hostil con autonomía plena. Y si se incorpora armamento de largo alcance, como misiles de crucero o armas aire-superficie de precisión, el radio de acción se extendería hasta la segunda cadena de islas, abarcando buena parte del sudeste asiático.

En cuanto a su carga útil, se espera que el J-36 esté equipado con una bahía interna de grandes dimensiones, capaz de alojar una variada gama de municiones. Entre ellas, destacan los nuevos misiles aire-aire de ultra largo alcance, como el PL-17, con un alcance estimado de más de 300 kilómetros, además de bombas guiadas por precisión y misiles de crucero lanzados desde el aire.

Pero insistimos: el J-36 no debe entenderse como un caza convencional. Su papel está diseñado para ser el centro de gravedad de un ecosistema aéreo mucho más amplio, que incluiría enjambres de drones, algunos quizás del tamaño de pequeños cazas tripulados, integrados y controlados en tiempo real desde esta plataforma.

Y aquí es donde empiezan a surgir las teorías sobre su enigmático tercer motor.
Tres versiones. Tres formas de intentar entender el propósito de esa decisión poco ortodoxa.

Versión 1: el motor adicional es necesario para mover al gigante.
Con un peso estimado cercano a 60 toneladas, el J-36 requeriría un empuje considerable solo para maniobrar como lo haría un Su-35, uno de los cazas más ágiles de gran tamaño. Pero incluso así, la física es inflexible: la maniobrabilidad del J-36 es, como mínimo, cuestionable. Su tamaño, su masa y su configuración aerodinámica no apuntan a una plataforma diseñada para el combate cercano. Velocidad y alcance, tal vez. ¿Agilidad? Difícil.

Versión 2: el tercer motor es una fuente de energía, no de velocidad.
Más allá de la propulsión, este motor adicional podría estar diseñado para alimentar sistemas de alta demanda energética: radares de largo alcance, sensores múltiples, enlaces de datos de gran ancho de banda, sistemas de guerra electrónica, e incluso armas de energía dirigida como láseres o microondas, necesarias para defensa activa o control de drones en enjambre.

Esta hipótesis tiene lógica. El avión se convierte así en una plataforma de comando, un servidor aéreo en red con capacidades ofensivas y defensivas que trascienden el combate tradicional. Pero incluso esta versión tiene puntos débiles: la complejidad, la fiabilidad, el mantenimiento en combate… todo eso se multiplica con un motor adicional.

Y luego está la versión 3. La más atrevida. La más difícil de comprobar, pero imposible de descartar del todo: el tercer motor no es lo que parece.

Tal vez no sea un motor en el sentido clásico. Tal vez sea una cubierta para otro sistema, un contenedor modular, una bahía adicional camuflada, un emisor de energía, o incluso una plataforma de lanzamiento para drones miniaturizados o sistemas hipersónicos. En un avión diseñado para engañar radares y desinformar al enemigo, nada puede descartarse por completo.

Porque si algo queda claro con el J-36, es que no se trata simplemente de un caza más. Es una declaración estratégica envuelta en incógnitas técnicas. Un enigma de tres motores, dos alas y una función que, quizás, aún no entendemos del todo.



Y es en este punto donde todos se acomodan en sus asientos, tal vez con palomitas en mano, y la película realmente comienza. Porque sí: el tercer motor es un motor… pero no en el sentido tradicional. O al menos, no con la función que todos estamos esperando. Lo que estamos viendo hoy, esa estructura con tres salidas y líneas futuristas, podría no ser más que una ilusión funcional.

Vale la pena recordar que lo que se ha mostrado hasta ahora no es el modelo final. Es un prototipo, un banco de pruebas, un laboratorio volador. Una plataforma pensada para ensayar ideas, validar sistemas, jugar con límites. Lo que salga al otro lado del túnel de desarrollo podría parecerse… o podría ser algo radicalmente distinto.

Y luego está ese detalle que ha empezado a circular en algunos medios especializados: una tercera toma de aire supersónica, ubicada en la parte superior del fuselaje. Un elemento que no encaja del todo con la lógica de un diseño convencional, y que abre nuevas preguntas sobre lo que realmente alimenta ese supuesto tercer motor.

¿Qué es, entonces?
¿Una fuente de energía secundaria?
¿Una entrada para un sistema oculto de propulsión o refrigeración?
¿O simplemente un señuelo, una pieza colocada adrede para confundir a los observadores y analistas occidentales?

Nada puede descartarse. Porque si hay algo que China ha demostrado con el J-36, es que no está jugando bajo las reglas conocidas. Está diseñando algo más. Tal vez una nave polivalente. Tal vez una plataforma modular con funciones intercambiables. Tal vez un caza que no quiere parecerse a ningún caza.

Y ese supuesto tercer motor puede ser la clave o la cortina de humo.
Pero lo más intrigante es esto: el misterio, por ahora, parece completamente intencional.



Le planteé esta hipótesis a un veterano de VASO —un hombre con más de 32 años de experiencia en construcción aeronáutica— y su respuesta fue inmediata: “Es una idea más que interesante.” Según él, lo primero que llama la atención en el diseño del J-36 es el enorme espacio interno disponible. Los chinos, al parecer, tomaron la decisión desde el principio: construir una aeronave con volumen sobrado. Pero lo curioso no es eso. Lo curioso es cómo eligieron usarlo.

En teoría, si se tratara simplemente de alimentar un tercer motor convencional, habría sido mucho más sencillo rediseñar las dos tomas de aire principales, recalcular sus secciones transversales y desviar parte del flujo hacia el tercer motor. Fácil de calcular. Más simple de construir. Menos complicado en el taller.

Pero no. Los ingenieros chinos decidieron hacerlo a su manera. Y ahí es donde aparece la posibilidad más audaz de todas: ¿y si ese tercer motor no es un turborreactor, sino un motor cohete de propulsante líquido?

Parece ciencia ficción, pero no lo es.

El clásico par oxígeno-queroseno ha sido utilizado durante décadas en cohetes como la Soyuz-2 o el Falcon 9. Es un sistema probado, eficiente y relativamente seguro. El oxígeno líquido, aunque frío y volátil, es mucho menos peligroso que oxidantes como el flúor o el amilo. Además, este tipo de motor ofrece un impulso específico altísimo, del orden de los 3.500 m/s, algo que ningún turborreactor podría soñar alcanzar.

Claro que hay obstáculos. Para encender un motor cohete de estas características, se necesita un sistema de ignición externo que sincronice perfectamente el suministro de oxígeno y queroseno a la cámara de combustión. En los cohetes espaciales, se usan arrancadores eléctricos o químicos desechables. Pero en aviación, ya se está empezando a trabajar con encendidos por plasma, sistemas más complejos pero reutilizables, capaces de funcionar a cualquier altitud.

Y aquí entra en juego esa extraña toma de aire superior que tanto ha dado que hablar. Si no está diseñada para alimentar un turborreactor, podría servir como sistema auxiliar para iniciar la ignición del motor cohete, o incluso como parte del sistema de enfriamiento y ventilación interna para el almacenamiento de oxígeno líquido.

Las grandes dimensiones del J-36 no solo lo hacen ideal para transportar más combustible o armamento: también permiten instalar tanques criogénicos de oxígeno líquido dentro del fuselaje, sin comprometer el centro de gravedad ni la distribución estructural. Y como en los motores cohete el oxígeno se bombea hacia la cámara de combustión, no se necesitan tanques de presión excesiva ni paredes ultra reforzadas.

¿El resultado? Un avión con dos motores turborreactores y uno cohete. Una bestia híbrida capaz de funcionar como una aeronave convencional… hasta que necesite un impulso brutal en altitud, velocidad o energía, y entonces active su carta oculta.

Es una idea radical. Pero el J-36, desde el principio, no ha seguido ninguna regla convencional.
Y si la especulación acierta, podríamos estar ante el primer caza-cohete táctico del siglo XXI.




Cualquier persona normal se preguntaría: ¿para qué necesita una cabra un acordeón si ya está alegre? Y para alegrarla aún más.


Los propios desarrolladores chinos no han sido tímidos al describir el J-36: lo han presentado como un prototipo capaz de atravesar cualquier defensa y golpear donde más duele. Una afirmación audaz. Pero que, inevitablemente, lleva a una pregunta fundamental:
¿Cómo se atraviesa una defensa aérea moderna?

La respuesta, en realidad, no ofrece muchas opciones. Y cada una de ellas tiene sus propios límites —teóricos, prácticos o simplemente físicos.

La primera posibilidad es la más popular en la doctrina moderna: la invisibilidad ante el radar. El santo grial de la guerra aérea del siglo XXI. Utilizando diseño furtivo, materiales absorbentes, formas anguladas. El problema es que, con cada año que pasa, la eficacia de esta teoría es más discutida. Porque, a fin de cuentas, la baja observabilidad no significa invisibilidad, y lo que antes era tecnología de vanguardia, hoy empieza a enfrentarse a radares de banda múltiple, algoritmos adaptativos y sensores pasivos. ¿Funciona? A veces. ¿Garantiza atravesar "cualquier defensa"? Muy dudoso.

La segunda opción es más atrevida y, en ciertos contextos, muy efectiva: volar por debajo del radar. Literalmente. Rozando el terreno, aprovechando pliegues del paisaje y obstáculos naturales para esconderse del haz del radar. Lo vemos hoy en Ucrania, con drones y misiles de crucero deslizándose entre colinas y bosques. Pero esto, llevado a un avión del tamaño y peso del J-36 —un ala de 15 toneladas danzando a 50 metros sobre el suelo— es otra historia.
Aquí la física se impone: la inercia, el volumen, el margen de error. Tarde o temprano, un giro mal calculado termina en impacto. Y un sistema tan complejo no puede arriesgarse a un simple bache en el terreno.

Entonces queda una tercera opción. La menos explorada. La más radical:
no esquivar la defensa aérea, sino sobrevolarla completamente.
Romper el tablero y jugar desde otro plano.

Estamos hablando de operar a altitudes estratosféricas, 50, 60 kilómetros, quizás más. Por encima de todos los “paraguas” conocidos de defensa aérea. Y aquí, los números hablan por sí solos.

Tomemos el S-400 ruso, uno de los sistemas de defensa más avanzados del planeta. Su misil más potente, el 40N6E, tiene un techo de interceptación de 30 kilómetros.
El sistema Patriot estadounidense, tan temido como extendido, no supera los 20 kilómetros.
Y aunque Estados Unidos dispone de sistemas navales como el Standard Missile, incluso su versión avanzada, el SM-6, se queda en 33 km de altitud máxima.

Solo una excepción sobresale en este mapa de cifras: el SM-3, un interceptor diseñado no para el combate aéreo convencional, sino para interceptar misiles balísticos en la estratósfera. Un misil cinético, más cercano a un proyectil espacial que a una defensa aérea tradicional.

¿Y si el J-36, con su motor adicional y diseño masivo, no está pensado para evadir… sino para volar más alto que nadie?

Una plataforma que se eleva por encima del alcance de los radares, de los misiles, del ruido del combate.
Un atacante desde las alturas, descendiendo como un cometa en el momento preciso.
Un avión que, literalmente, vuela por fuera de las reglas.



En resumen, estamos hablando de un misil capaz de volar a altísimas altitudes y velocidades extremas. El SM-3, misil interceptor de tres etapas, puede alcanzar hasta 250 km de altitud y guía su trayectoria mediante un buscador infrarrojo, lo que lo convierte en una plataforma de intercepción extremadamente sofisticada. Pero también tiene sus límites.

Porque el SM-3 fue diseñado con una misión muy concreta: destruir objetos que no maniobran, como la ojiva de un misil balístico o incluso un satélite en órbita baja. Objetivos que siguen una trayectoria perfectamente predecible. Y aquí está el problema: nadie sabe cómo respondería este misil frente a un objetivo que maniobra activamente. Las pruebas necesarias para comprobarlo simplemente no se han realizado.

Además, Estados Unidos no tiene muchos misiles de este tipo. Son caros —muy caros—: cada unidad cuesta entre 18 y 24 millones de dólares, según su variante. Y por eso se emplean con cuenta gotas, solo en escenarios de máxima prioridad estratégica.

Así que si el escenario es un avión que opera a 50 o 60 kilómetros de altitud, justo donde la atmósfera aún permite cierto uso aerodinámico, pero muy por encima del alcance de casi todas las defensas, las posibilidades de interceptarlo son mínimas. Si además lleva un motor cohete, y no depende de oxígeno ambiental, puede alcanzar esa altitud con relativa facilidad.

Y no hablamos de un ataque a territorio continental. Porque China no necesita ni pretende atacar el territorio estadounidense. Lo que le preocupa está más cerca.
Hablamos del Océano Pacífico. De Taiwán. Y de los grupos de ataque de portaaviones (AUG) estadounidenses que se aproximan para defenderlo.

Ahí es donde este tipo de aeronave —una plataforma estratosférica armada, rápida y precisa— entra en juego.

Porque lanzar un misil balístico contra un AUG es una solución limitada. Sí, su ojiva es veloz, difícil de interceptar, pero poco precisa. Por diseño, su guiado final es tosco, y cualquier corrección de trayectoria es difícil debido a la alta velocidad de descenso y la resistencia atmosférica. La física pone sus reglas, y la precisión (CEP) se resiente seriamente.

En cambio, un avión de gran altitud puede detectar, rastrear y elegir su objetivo en tiempo real. Puede lanzar bombas guiadas o cohetes desde 50 km de altitud, sin entrar jamás en el alcance efectivo de los sistemas de defensa aérea de los buques.

Pensemos en eso: una bomba guiada, con bajo perfil radar, lanzada desde el borde de la estratósfera. Su caída sería limpia, rápida, difícil de interceptar, con un perfil térmico reducido. No es un proyectil que desciende como un meteorito desde el espacio, sino algo más controlado, más inteligente. Y si hablamos de municiones pequeñas y sigilosas, el radar del AUG tendrá problemas para verlas llegar… y más aún para detenerlas.

¿Imposible? Tal vez no tanto.
Basta recordar al mayor Bernhard Jope, que el 9 de septiembre de 1943, a bordo de un bombardero alemán, lanzó dos bombas guiadas Fritz X sobre el acorazado Roma de la marina italiana. Dos impactos. Un buque insignia hundido. Una lección temprana de lo que puede hacer un ataque guiado, preciso y desde arriba.

Hoy, casi un siglo después, la historia podría repetirse. Solo que esta vez, a 50 kilómetros de altitud, y con una tecnología que ni siquiera soñaban en 1943.

Un avión cohete estratosférico, armado con bombas guiadas o cohetes precisos, no es ciencia ficción. Es una respuesta táctica elegante y brutal para un problema real: cómo romper un grupo de combate naval sin entrar en su alcance.
Y si el J-36 apunta en esa dirección, no es solo un caza más.
Es un cambio de paradigma.




Dos bombas con un peso de 1.570 kg enviaron al fondo el nuevo acorazado con un desplazamiento de 46 toneladas.


No es difícil predecir lo que dos bombas de este tipo harán a un barco moderno, que prácticamente no tiene blindaje en comparación con los barcos de la Segunda Guerra Mundial.


Un avión cohete como el J-36 tiene una ventaja que cambia las reglas del juego: es reutilizable.
A diferencia de un misil balístico o de crucero, que es por definición un sistema de un solo uso —un billete de ida sin retorno—, un avión puede adaptarse. Puede cambiar de objetivo sobre la marcha, puede retirarse si la situación cambia, puede esperar el momento adecuado para atacar. Y si es pilotado —ya sea por un humano o por una IA autónoma avanzada—, tomará decisiones mucho más complejas que las de cualquier computadora a bordo de un proyectil.

Un misil, por su parte, solo tiene una opción: ser disparado y seguir su trayectoria. Sin corrección. Sin repliegue. Sin margen de maniobra táctica. Solo avanzar… o autodestruirse.

Y cuando hablamos de costos, el panorama es revelador.
Un misil balístico Bulava cuesta alrededor de 10 millones de dólares.
Un Iskander, unos 3 millones.
Incluso un misil de crucero Kalibr ronda el medio millón.
En cambio, una bomba guiada por láser o por satélite, lanzada desde gran altura y con precisión quirúrgica, cuesta una fracción de eso. Y en condiciones ideales, puede ser igual o más efectiva, sobre todo cuando el blanco es móvil y las circunstancias cambian en segundos.

Pero eso no es todo. Las bodegas del J-36 podrían no estar llenas de bombas o misiles. Podrían estar cargadas de drones asesinos. Vehículos autónomos de ataque, lanzables desde la estratósfera, capaces de dispersarse en formación, saturar sensores enemigos, confundir defensas y golpear desde múltiples ángulos. Y si hay un país con los medios para hacerlo, es China. El desarrollo de drones en enjambre, algoritmos de control distribuido y miniaturización armada está muy avanzado en sus laboratorios.

¿Controversial? Tal vez.
¿Audaz? Sin duda.
Pero todo concepto revolucionario comienza con una idea que desafía lo conocido.

El J-36 no es todavía una realidad consolidada. Es un prototipo, una visión, una pieza de ingeniería especulativa que apunta hacia lo que China imagina como el avión de ataque del futuro. Y como dice el proverbio chino:
“El viaje de mil millas comienza con el primer paso.”
Este podría ser ese paso.

La teoría puede parecer atrevida, pero no por eso carece de fundamento.
Y como ocurre siempre con los nuevos desarrollos militares chinos de alto perfil, las imágenes y los vídeos aumentarán. Veremos al J-36 rodar, despegar, maniobrar, tal vez entrenar. Poco a poco, el rompecabezas irá tomando forma, y con él, las respuestas a muchas de las preguntas que hoy solo podemos plantear.

Pero una cosa ya es clara:
China no está imitando el pasado. Está diseñando su propia versión del futuro.


sábado, 27 de abril de 2024

Australia: Plan para potenciar el dominio aéreo

Plan de Australia para potenciar el dominio aéreo



Los aviones F-35A Lightning II de la Fuerza Aérea recibirán mejoras en letalidad y capacidad de supervivencia en el marco del plan de financiación del Gobierno (foto: Fuerza Aérea de EE. UU.)

La Fuerza Aérea tendrá ataques mejorados y opciones de movilidad aérea a través del noreste del Océano Índico hasta el Pacífico, gracias a los grandes compromisos de financiación en el Programa de Inversión Integrada 2024. 

Se destinan entre 28.000 y 33.000 millones de dólares a reforzar las capacidades de la RAAF para apoyar la nueva estrategia de Defensa de disuadir a posibles adversarios de actuar contra Australia, así como a proporcionar vigilancia aérea de los accesos marítimos. 

Más de 10 mil millones de dólares se destinarán a la movilidad aérea, centrándose en la adquisición de 20 aviones Hércules C-130J para reemplazar la flota actual de 12 aviones Hércules de modelos más antiguos.

Australia adquirió 20 C-130J Super Hercules para reemplazar 12 modelos más antiguos (foto: Aus DoD) 

Se estima que entre 10 mil y 12 mil millones de dólares continuarán mejorando los aviones de combate para mitigar las amenazas y mantener la interoperabilidad con socios y aliados. 

Esto incluye mejoras en letalidad y capacidad de supervivencia para el F-35A Lightning II, el F/A-18F Super Hornet y el EA-18G Growlers. 

Entre 5.000 y 7.000 millones de dólares se destinarán a armas de ataque lanzadas desde el aire, incluido el desarrollo de misiles hipersónicos.

Compañero leal del MQ-28A Ghost Bat (foto: Boeing Defense)

Una inversión de más de 4 mil millones de dólares ayudará a desarrollar y adquirir sistemas aéreos no tripulados, incluido el MQ-28A Ghost Bat.

La siguiente etapa de desarrollo del MQ-28A Ghost Bat ya está aprobada, que avanzará en la integración del MQ-28A con aviones tripulados y las cargas útiles de misión, el sistema de combate integrado y los sistemas autónomos del MQ-28A.

La inteligencia, vigilancia y reconocimiento aéreos recibirán casi 4 mil millones de dólares para el mantenimiento y las actualizaciones del P-8A Poseidon, la adquisición de un cuarto avión MQ-4C Triton pilotado de forma remota y la entrega de una flota MC-55A Peregrine.

MC-55A Peregrine durante la prueba (foto: Centennial Plane Spotter)

Mucho más de 14 mil millones de dólares en defensa antimisiles se destinarán al sistema conjunto de gestión de batallas aéreas, sistemas de control y alerta temprana aerotransportados y la Red de Radar Operacional Jindalee.

La infraestructura de la base aérea del norte se beneficiará de unos 6.000 millones de dólares, y unos 4.000 millones de dólares se destinarán a reforzar la resiliencia del suministro de combustible. 

La Estrategia de Defensa Nacional y el Programa de Inversión Integrada están disponibles en el sitio web de la Estrategia de Defensa Nacional


jueves, 9 de marzo de 2023

China-Taiwán: Comparación del poder de sus cazas

J-20 y Su-35 chinos contra F-16 y Mirage 2000 taiwaneses

Dragón contra Halcón: la desigual batalla de cazas en la que China arrasaría a Taiwán en el aire

El J-20 chino, apodado Dragón Poderoso, es un caza de quinta generación muy superior a cualquiera de los que forman la fuerza aérea taiwanesa.



Mientras que los servicios de inteligencia taiwaneses afirman que las maniobras de China se han convertido en un gran simulacro de invasión, ambas partes toman sus posiciones movilizando el mejor material dentro de su ejército. Al estar separados por el estrecho de Formosa, las vías marítima y aérea se han consolidado como los dos pilares fundamentales de las dos estrategias con aeronaves que no tienen representación en España.

A los Su-35 que despegaron al tiempo que la mandataria estadounidense Nancy Pelosi descendía rumbo a Taipéi se unen los Mirage 2000 que Taiwán ha desplegado recientemente a una base aérea al este de la isla. Pero no son los únicos, ni mucho menos.

La inmensidad de la fuerza aérea china con más de 1.500 aeronaves en activo, según datos de este mismo 2022, contrasta con la modesta taiwanesa cuyo número de cazas no llega a las 300 unidades y la mayoría de ellos ya arrastran varias décadas de servicio. Tal diferencia también queda patente en los desarrollos propios que Pekín ha ido sacando adelante en los últimos tiempos con aeronaves que se encuentran dentro de la categoría de los cazas de quinta generación.

Mirage 2000 taiwanés Ritchie B. Tongo Efe

Esta gran diferencia queda patente en los primeros espadas de cada una de las fuerzas aéreas que deberían protagonizar los lances y ejecutar ataques de la mejor manera posible. En el lado chino se encuentran los Chengdu J-20 y los Sukhoi Su-35, mientras Taiwán dispone de aeronaves Dassault Mirage 2000 acompañadas por Lockheed Martin F-16.

Los reyes

El Chengdu J-20 (también conocido como Dragón Poderoso) es la joya de la corona de la aviación china. Su desarrollo se basa en un programa experimental realizado en los años 90 que finalmente cristalizó a principios del nuevo milenio en una aeronave furtiva. Realizó —oficialmente— su primer vuelo en enero de 2011 para entrar en servicio 7 años después cuando la rama aérea del Ejército Popular de Liberación puso en marcha el primer escuadrón que empleaba este modelo de caza.


Formación de J-20 chinos emperornie vía Wikimedia

Una de las propiedades más interesantes del J-20 es que se encuadra dentro de los cazas furtivos que consiguen pasar desapercibidos ante los radares enemigos. Se consigue empleando algunas técnicas de construcción, formas y materiales que suavizan las formas de la aeronave reduciendo considerablemente su sección transversal. Granjeándole a China el segundo puesto en países con cazas furtivos de quinta generación, tan solo por detrás de Estados Unidos con los F-22 y F-35.

Actualmente, según el último reporte de World Air Forces, China cuenta en activo con 19 unidades de J-20. Por su parte, algunos reportes de la Universidad de la Fuerza Aérea de Estados Unidos indican que en 2021 ya estarían en servicio más de 50 unidades de este modelo de caza; mientras que el ritmo de producción superaría ya los 150 aparatos fabricados. China no exporta esta aeronave.

El J-20 cuenta con una longitud de 21 metros por una envergadura alar de 13 metros. Dispone de un par de alerones delanteros muy similares a los que monta el Eurofighter Typhoon que le proporcionan una gran maniobrabilidad como buen caza de superioridad aérea.

Tiene un peso máximo al despegue de 37 toneladas impulsadas por un par de motores de fabricación nacional que le catapultan a 2 veces la velocidad del sonido. Cuenta con una autonomía de combate de 2.000 kilómetros y una amplísima carta de armamento disponible.


J-20 con la bahía central abierta emperornie vía Wikimedia

En total, puede acarrear hasta 11 toneladas de munición que se reparten entre su bahía interna situada en la panza del avión —como buen furtivo— y sus 4 anclajes subalares. La lista incluye misiles aire-aire de corto, medio y largo radio; pequeñas bombas de precisión y misiles antirradiación. También dispone de accesorios externos en forma de tanques de combustible extra para aumentar la autonomía.

Al otro lado del estrecho de Formosa se encuentra el Lockheed Martin F-16 estadounidense (conocido como Halcón) que sirve dentro de las filas taiwanesas. Esta aeronave es uno de los desarrollos más importantes de la historia del país norteamericano cuyas exportaciones se cuentan por miles a lo largo y ancho del planeta. Además, Taipéi firmó una serie de programas de actualizaciones —como ha hecho Marruecos— con el fin de mejorar los aparatos e instalar sistemas más modernos y capaces.

 

F-16A de Taiwán Global Aviation Travels vía Wikimedia

Las 150 unidades de F-16 recalaron en Taiwán a finales de los 90 componiéndose la flota tanto de aparatos con uno solo como de doble asiento y con el Bloque 20 de versión. A finales de 2021 los asiáticos recibieron la primera unidad actualizada con nuevo equipamiento propio de la versión F-16V, la última disponible y presentada por el fabricante. Adicionalmente, el país solicitó la adquisición de 56 aparatos totalmente nuevos con la última versión de serie en marzo de 2019 que el ejecutivo de Donald Trump aprobó solo unos meses después.

Si bien no hay fecha de llegada de estos últimos, se espera que el programa de actualización de los modelos originales concluya en 2023. En total, la Fuerza Aérea de la República de China —como se conoce al ejército del aire taiwanés— dispone de 112 F-16 activos y espera obtener otros 56 en un futuro próximo.

 

F-16 taiwaneses despegando Wikimedia

Por concepto, el J-20 chino con su faceta de superioridad aérea no tiene mucho que ver con el F-16, que se establece más como un caza multipropósito. Una auténtica navaja suiza que, en sus últimas versiones, nada tiene que envidiar a aeronaves de cuarta generación mucho más modernas.

Con 15 metros de longitud por 10 de envergadura, dispone de un solo motor firmado por General Electric que impulsa sus 19 toneladas de peso máximo a 2 veces la velocidad del sonido a gran altura. Tiene un techo de vuelo de 18.000 metros y una autonomía de vuelo de 546 kilómetros.

 

Lockheed Martin F-16B taiwanés Toshi Aoki vía wikimedia

Dispone de un nuevo radar fabricado por Northrop Grumman, un nuevo ordenador de vuelo y equipamiento de guerra electrónica avanzado. El armamento de este F-16 es mucho más extenso que el del J-20 al ser una aeronave con una gran capacidad de ataque tanto aire-aire como aire-superficie. Gracias a ello dispone de una ametralladora de 20 milímetros con 551 municiones, capacidad de lanzamiento de cohetes, misiles de todo tipo —incluido antiembarcaciones— y bombas guiadas.

Ruso contra francés

Un escalón por debajo en cuanto a tecnología se encuentra el Sukhoi Su-35. Esta aeronave de factura rusa está presente en el Ejército Popular de Liberación chino y se establece como una evolución directa del Su-27. Además, las buenas relaciones con el gigante asiático han permitido que Rusia licencie la fabricación de modelos equivalentes en suelo chino.

 

Su-35 chino

Según indica Eurasian Times, China dispone de 24 unidades del Su-35, la aeronave extranjera más moderna en operar en el país. Si se añaden las unidades de Su-27 y las fabricadas dentro de sus fronteras del país —J-11 y J-16— la cifra asciende a más de 300 aparatos en activo.

Era 2008 cuando despegó por primera vez el Su-35 y China tuvo que esperar has 2019 para recibir su lote tras aportar 2.500 millones de dólares a Moscú. Es uno de los cazabombarderos más capaces dentro de las filas chinas y cuenta con mejor tecnología que sus antepasados directos y que la inmensa mayoría de aeronaves de guerra que se fabrican en el gigante oriental.

Sukhoi Su-35 ruso Rob Schleiffert vía Wikimedia

El Su-35 tiene una autonomía de 1.600 kilómetros y una altitud máxima operativa de 18.000 metros. Su par de motores firmados por la compañía rusa Saturn con postquemador consiguen impulsar sus 34,5 toneladas de peso máximo a 2.400 km/h, aproximadamente 2 veces la del sonido.

En el apartado del armamento, además del cañón de 30 milímetros, dispone de 12 anclajes externos donde acarrear hasta 8 toneladas de armamento. Dispone de cohetes aire-tierra, varios modelos de misiles aire-aire con alcances que superan los 300 kilómetros gracias a los sistemas de guiado y misiles preparados para la guerra electrónica. Estos últimos son capaces de dejar fuera de juego a sistemas tan elementales como los radares de los aviones enemigos.

También dispone de bombas guiadas por cámara, por láser y por satélite. El Su-35 se encuentra actualmente operativo en Rusia y China, siendo este último país el primero en estrenar las exportaciones de la aeronave. Se sabe que Egipto pidió en 2021 un total de 24 unidades —que no han sido entregadas— y algunos reportes han indicado el interés de Argelia para hacerse con otro lote.

Francia también ha tenido históricamente un gran peso en cuanto a proveedor de sistemas militares en Taiwán. A principios de los años 90 llegaron a un acuerdo para la entrega de 60 Dassault Mirage 2000 que llegaron a finales de esa década a la isla asiática con el veto de ataque a superficie aplicado y equipando sistema de reabastecimiento en vuelo.

 

Mirage 2000 taiwanés Ritchie B. Tongo Efe

El lote también comprendía 480 misiles aire-aire de corto radio, 960 de medio radio, tanques de combustible, equipamiento de soporte en tierra y sistemas de monitorización. Del mismo modo, Taiwán adquirió contenedores de inteligencia electrónica para sus Mirage. Actualmente disponen de 46 unidades en activo.

Cuenta con una longitud de 14,36 metros y una envergadura de 9,13 con un peso en vacío de poco más de 7 toneladas y un peso máximo al despegue de 17 toneladas. Su sistema de propulsión está representado por un único motor fabricado por SNECMA que le permite alcanzar 2 veces la velocidad del sonido a gran altitud y una autonomía de 1.500 kilómetros.

 

viernes, 17 de febrero de 2023

La producción de la supremacía aérea norteamericana

Construyendo el Poder Aéreo Estadounidense

W&W


 

 

La construcción del poderío aéreo estadounidense, presagiada por la respuesta del presidente Franklin D. Roosevelt al triste final de la crisis checa de 1938, involucró varios tipos de esfuerzos vigorosos y sostenidos. Los aviones tuvieron que fabricarse en grandes cantidades, mejorar los diseños y desarrollar nuevos modelos según fuera necesario. Las Fuerzas Aéreas del Ejército tuvieron que establecer una red logística mundial para abastecer, mantener y reparar la vasta armada aérea así creada. El servicio debía reclutar y capacitar mano de obra -un término que al final de la guerra incluía a las mujeres- y luego debía cuidar de los reclutados, mantener su moral y velar por su salud y bienestar.

La fabricación de aviones, más que el entrenamiento de hombres y mujeres, marcó el ritmo para la creación del poder aéreo estadounidense para luchar en la Segunda Guerra Mundial. En pocas palabras, el brazo aéreo no podía entrenar, ni desplegar, ni luchar sin aviones, y parecía poco probable que el inventario creciera rápidamente debido a la baja tasa de producción de aviones de la nación. En 1939, cuando estallaron los combates en Europa, las empresas de los Estados Unidos produjeron solo 2195 aviones de todo tipo, aproximadamente la mitad de la producción de Japón, una cuarta parte de la de Alemania, dos tercios de la de Francia y una tercera parte de la de Gran Bretaña. Una industria estadounidense obviamente débil enfrentó el desafío de proporcionar no solo los aviones para las fuerzas estadounidenses, sino también los que necesitaban las naciones dispuestas contra el Eje. Tras la aprobación de la legislación de préstamo y arrendamiento en marzo de 1941,

De todos los combatientes en la Segunda Guerra Mundial, solo Estados Unidos logró construir el número y tipo de aviones necesarios para librar todas las formas de guerra aérea, ya sea estratégica, táctica, terrestre o basada en portaaviones, y para suministrar los servicios aéreos de sus aliados, así como los de sus propias fuerzas armadas. La Unión Soviética, por ejemplo, tenía una mano de obra, materias primas y capacidad de planta que rivalizaba con la de Estados Unidos; pero la invasión alemana obligó a desplazar las fábricas fuera de la zona de guerra y las autoridades soviéticas optaron por concentrarse en la aviación táctica para apoyar al Ejército Rojo. El otro gran aliado de Estados Unidos, el Reino Unido, carecía de los recursos en trabajadores, materiales y máquinas para producir una cantidad adecuada de aviones para cada propósito. Una vez que se ganó la Batalla de Gran Bretaña, los británicos aumentaron el énfasis en los bombarderos, alistando a la ciencia para ayudarlos a encontrar y destruir objetivos alemanes. Entre las potencias del Eje, Italia se vio perjudicada por la escasez de materias primas para la construcción y operación de aviones. De manera similar, Japón no se benefició de sus primeras conquistas; La guerra submarina estadounidense y una contraofensiva aliada inesperadamente rápida superaron a la industria bélica japonesa. Aunque no se movilizó por completo hasta febrero de 1944, la industria alemana demostró un mayor ingenio, a pesar de la creciente presión aliada, pero no pudo superar a los Estados Unidos excepto en especialidades tan limitadas como la propulsión a chorro y cohetes y el combustible sintético. Después de invadir Europa occidental y grandes extensiones de la Unión Soviética, Alemania no logró integrar los recursos de estas regiones, a excepción de los trabajos forzados o voluntarios, en el esfuerzo de producción. Hitler creía que su gente podía tener tanto armas como mantequilla y se negó a tolerar múltiples turnos o la presencia de mujeres trabajadoras en la industria de la aviación de Alemania. Al final de la guerra, un organizador de primera clase, Albert Speer, comenzó a darse cuenta del potencial de las fábricas alemanas, pero la derrota superó sus esfuerzos. El presidente Roosevelt, por el contrario, obligó a las empresas estadounidenses a expandirse, en parte estableciendo objetivos de producción que parecían inalcanzables incluso para él. En 1939 había hablado con audacia de producir 10.000 aviones al año, aunque tuvo que conformarse en ese momento con un tercio de esa cantidad en nueva construcción; y en mayo de 1940 anunció una meta de 50.000 aviones. En respuesta al ataque japonés a Pearl Harbor y las declaraciones de guerra de Alemania e Italia, exigió que la industria aeronáutica estadounidense construyera 60, 000 aviones en 1942 y 125.000 durante 1943. El nuevo Subsecretario de Guerra para el Aire, Robert A. Lovett, no podía creer que producir 125.000 aviones en un solo año fuera un objetivo realista. Comparó esto con “pedirle a una gallina que ponga un huevo de avestruz”. Era "poco probable que consiguieras el huevo, y la gallina nunca se verá igual", dijo. El teniente general Henry H. Arnold, como jefe de las Fuerzas Aéreas del Ejército, decidió aceptar el desgaste de la gallina. Roosevelt a menudo se conformaba con menos de lo que exigía, pero la industria estadounidense durante la guerra finalmente estuvo a 30 000 aviones de alcanzar su objetivo más ambicioso, alcanzando una producción máxima de 96 000 aviones en 1944. 



Aunque se ocupó de las posibilidades en lugar de las realidades al anunciar sus objetivos de producción, el presidente se mantuvo en estrecho contacto con los puntos de vista de los militares con respecto a sus necesidades reales de aeronaves. En el verano de 1941, este contacto dio como resultado el plan número uno de la División de Planes de Guerra Aérea AWPD/1, que proponía que las Fuerzas Aéreas del Ejército se expandieran en caso de guerra a 60.000 aviones y 2.100.000 hombres. En agosto de 1942, Roosevelt solicitó una nueva estimación que reflejara con mayor precisión las necesidades de una guerra de coalición contra Alemania, Japón e Italia. Específicamente, quería una estimación de “la cantidad de aviones de combate por tipos que deberían producirse para el Ejército y nuestros Aliados. en 1943 para tener un dominio aéreo completo sobre el enemigo”. Como en el caso de la solicitud presidencial de requisitos de producción del año anterior, la División de Planes de Guerra Aérea del Estado Mayor del Aire emprendió una respuesta. Aunque las reasignaciones durante la guerra habían disuelto el equipo que había producido AWPD/1, Arnold convocó a uno de sus miembros, Haywood Hansell, ahora general de brigada, de Inglaterra para que se hiciera cargo del nuevo estudio, llamado AWPD/42. Al responder a la pregunta del presidente, el grupo del general Hansen pidió la producción de unos 75.000 aviones y 8.000 planeadores, destinados a unas Fuerzas Aéreas del Ejército de 2.700.000 hombres, junto con 8.000 aviones para los aliados de Estados Unidos. Se omitió de la lista de aviones el bombardero intercontinental propuesto en AWPD/1; en lugar de invertir en el B-36, las Fuerzas Aéreas del Ejército utilizarían el B-17 y el B-24 para llevar la guerra a la Alemania de Hitler, y el B-29 o el B-32 aparecerían a tiempo para atacar a Japón desde bases en China. o en las islas del lejano Pacífico.

Además de responder a la pregunta básica, los planificadores del Estado Mayor Aéreo de Arnold, al igual que con AWPD/1, utilizaron una solicitud presidencial de proyecciones de producción de aeronaves como ocasión para una declaración de estrategia aérea. En su mayor parte, AWPD/42 reafirmó los puntos de vista anteriores sobre bombardear a Alemania para que se sometiera. La lista de objetivos críticos aumentó en veintitrés a 177, una expansión que reflejó la adición de tres industrias de guerra (construcción de submarinos, producción de aluminio y fabricación de caucho sintético) a los "sistemas de objetivos" contenidos en AWPD/1: electricidad energía; transportación; aceite; y la Luftwaffe, incluidos cazas, bases y fábricas de aviones. Con la Batalla del Atlántico lejos de ganar, la construcción de submarinos ocupó el segundo lugar en importancia solo después de la neutralización de la Luftwaffe. Si los aviadores estadounidenses destruyeran los 177 objetivos, El grupo de Hansen insistió, "el efecto sería decisivo y Alemania no podría continuar con su esfuerzo de guerra". La moral del enemigo recibió escasa mención, posiblemente porque el mariscal del aire Sir Arthur Harris del Comando de Bombarderos de la Royal Air Force había reclamado la destrucción de ciudades, que combinaba la destrucción física de las ciudades con la desmoralización de sus habitantes.

Al redactar AWPD/42, los planificadores del General Arnold incluyeron una estimación de 33.000 aviones fabricados para la Armada, una cifra basada en proyecciones oficiales en lugar de una coordinación específica entre servicios. Aún más precipitadamente, los aviadores del Ejército propusieron un comando costero propio, con 640 bombarderos medianos y pesados, que patrullarían las aguas de América del Norte y del Sur, Islandia y las Azores en busca de submarinos. Al almirante Ernest J. King, Jefe de Operaciones Navales, le molestó especialmente la idea de una patrulla hemisférica de las Fuerzas Aéreas del Ejército, ya que acababa de arrebatarle a un renuente Arnold una parte de la producción de bombarderos para que los aviadores de la Armada pudieran volar en misiones antisubmarinas de largo alcance. . Siempre consciente del hecho de que Arnold no era un verdadero jefe de servicio como el General George C. Marshall, Jefe de Estado Mayor del Ejército, y él mismo,

Como corresponde a un gigante industrial cuya fuerza radica en la producción en masa de bienes duraderos, Estados Unidos fue bendecido con gerentes que podían aplicar técnicas de línea de montaje a enormes bombarderos (aunque con resultados mixtos) e incluso a barcos. La industria automotriz tuvo a Henry Ford, su hijo Edsel y William S. Knudsen, el ejecutivo de General Motors que ayudó a asesorar al presidente en temas de producción y luego se convirtió en teniente general a cargo de material para las Fuerzas Aéreas. Hombres como JH "Dutch" Kindleberger de North American Aviation y Henry J. Kaiser en la construcción naval sabían cómo unir a los trabajadores, las materias primas y los componentes terminados en el lugar y la secuencia adecuados.

Sin embargo, el civil dentro del Departamento de Guerra que tenía la mayor responsabilidad en la compra y producción de aviones, el subsecretario Lovett, era abogado más que gerente. Su trabajo legal para la industria de la aviación lo familiarizó con los métodos de producción, los costos y las ganancias. Su experiencia le permitió juzgar la viabilidad de los objetivos de producción y armonizar los planes del brazo aéreo con los que el general Marshall y el subsecretario de Guerra, Robert P. Patterson, diseñaron para todo el Ejército, quienes lo hicieron para las Fuerzas Terrestres y de Servicio del Ejército. lo que Lovett hizo por las Fuerzas Aéreas.

El impresionante esfuerzo de producción comenzó en medio del caos. Apenas estalló la lucha en Europa cuando el brazo aéreo del Ejército se encontró compitiendo con los británicos y franceses por nuevos aviones. El colapso de Francia en 1940 no alivió la situación, pues Roosevelt posteriormente accedió a ayudar a China y la Unión Soviética. El general Arnold se opuso desde el principio a compartir los escasos recursos aéreos de Estados Unidos, expresando su queja tan enérgicamente que el presidente Roosevelt, según recuerda Arnold, le recordó al aviador que “había lugares a los que podían enviar oficiales que no jugaban a la pelota, como Guam. .” En cierto sentido, el Air Corps se benefició al aceptar, aunque de mala gana, el lanzamiento de aviones, ya que Gran Bretaña y Francia proporcionaron datos sobre el rendimiento de combate que condujeron a mejoras tales como una mayor potencia de fuego y blindaje.

El deseo del presidente de ayudar a las naciones extranjeras tuvo el mayor impacto en la disponibilidad de combatientes. Estados Unidos transfirió más de 17.000 de estos aviones durante el transcurso de la guerra. Los tipos desviados en mayor número a los diversos Aliados fueron los P-39 y P-40, cazas adecuados cuando se diseñaron antes de la guerra, pero pronto fueron superados por tipos más modernos. De manera similar, el general Arnold sacrificó unos 7.000 bombarderos ligeros o aviones de ataque, la mitad de los A-20 destinados a las Fuerzas Aéreas o versiones de ese exitoso avión designados específicamente para la exportación. Sin embargo, en los envíos a los aliados de Estados Unidos se incluyeron casi 3.000 aviones para los que las Fuerzas Aéreas del Ejército no tenían planes: el A-29 Hudson de Lockheed, el A-30 Baltimore de Martin y el bombardero en picado A-31 Vengeance de Vultee (fabricado como A- 35). Gracias a la producción en masa, estas transferencias, junto con el envío de unos 2.000 B-24 y 3.000 C-47, tuvieron poco efecto a largo plazo, aunque al principio del conflicto, antes de que empezara a salir un gran número de aviones de las líneas de montaje, la ausencia del A- 20, P-39 y P-40 bien pueden haber obstaculizado a las Fuerzas Aéreas en los primeros meses de la guerra. Sin embargo, en general, los fabricantes estadounidenses satisficieron las necesidades tanto del préstamo y arrendamiento como de las fuerzas armadas de los Estados Unidos.

Aunque Roosevelt anunció objetivos poco realistas para la producción de aviones, tomó medidas concretas para aumentar la capacidad productiva para que finalmente pudieran alcanzarse. A partir de 1940, su administración brindó incentivos a los constructores de aeronaves, minimizando el riesgo financiero para el fabricante. Dado que las empresas estadounidenses habían luchado por sobrevivir durante la depresión de la década anterior, se mostraron renuentes a invertir en capacidad de planta adicional que podría no ser necesaria si Gran Bretaña colapsara o Estados Unidos evitara involucrarse en el conflicto. La respuesta de Roosevelt fue construir las fábricas a expensas del gobierno y permitir que las operaran corporaciones privadas; al final de la guerra, las Fuerzas Aéreas habían utilizado los fondos del Departamento de Guerra asignados con el propósito de contratar 34 plantas importantes. Aunque se cancelaron o enmendaron nueve contratos para incorporar otro financiamiento, la inversión total del gobierno se acercó a $ 1.5 mil millones, unas 20 veces la cantidad gastada en todo el Air Corps en 1939. Se gastó dinero adicional, quizás otros $ 1 mil millones, en instalaciones menores. , herramientas y otros equipos, y la ampliación de las plantas existentes. Gracias en gran medida a los gastos federales, la cantidad de superficie dedicada a la fabricación de fuselajes, motores y hélices se multiplicó por más de 13, desde unos 13 millones de pies cuadrados en 1940 hasta un máximo de unos 175 millones de pies cuadrados en diciembre de 1943. . se gastó en instalaciones menores, herramientas y otros equipos, y la expansión de las plantas existentes. Gracias en gran medida a los gastos federales, la cantidad de superficie dedicada a la fabricación de fuselajes, motores y hélices se multiplicó por más de 13, desde unos 13 millones de pies cuadrados en 1940 hasta un máximo de unos 175 millones de pies cuadrados en diciembre de 1943. . se gastó en instalaciones menores, herramientas y otros equipos, y la expansión de las plantas existentes. Gracias en gran medida a los gastos federales, la cantidad de superficie dedicada a la fabricación de fuselajes, motores y hélices se multiplicó por más de 13, desde unos 13 millones de pies cuadrados en 1940 hasta un máximo de unos 175 millones de pies cuadrados en diciembre de 1943. .

Además de construir fábricas y arrendarlas a los fabricantes de aeronaves, la administración Roosevelt persuadió al Congreso para que aliviara las restricciones sobre el exceso de ganancias, otorgara ventajas impositivas a los constructores de aeronaves y levantara la prohibición de los contratos negociados que había causado al General de División Benjamin D. Foulois tales vergüenza cuando era Jefe del Cuerpo Aéreo en la década de 1930. El Congreso promulgó las reformas poco a poco durante los años de la guerra. La sustitución de la negociación por la competencia que consume mucho tiempo y la concesión de exenciones fiscales fueron medidas obvias para satisfacer la demanda de una mayor producción. El tema de las ganancias excesivas resultó ser mucho más complejo. Aunque la ganancia era quizás el incentivo más fuerte, debían prevalecer algunas restricciones, ya que la especulación con la guerra representaba una amenaza real para el sentido de propósito de la nación y para su economía. Una investigación posterior del Congreso reveló que una empresa, que debía su propia existencia a los préstamos del gobierno y su éxito a los contratos militares, más que duplicó el precio al Ejército y la Armada por un arrancador de motor de avión. El exceso de ganancias en este caso encontró su camino hacia bonos para ejecutivos y programas de bienestar o moral para los trabajadores. Abusos como este hicieron que el gobierno insistiera en renegociar los contratos si las ganancias parecían escandalosas, pero resultó imposible establecer un margen de ganancia aplicable en toda la industria aeronáutica. Factores tales como el volumen de fabricación, la disponibilidad de mano de obra y material, la urgencia con la que se necesitaba un producto y el alcance de la inversión del gobierno en herramientas y edificios tenían que ser considerados antes de hacer acusaciones de especulación.

El gobierno estadounidense también aprovechó la industria automotriz estadounidense para la producción de aviones. También se expandió a nuevas fábricas construidas por el gobierno para la fabricación de aviones o reconvirtiendo las existentes para aprovechar las técnicas de producción en masa perfeccionadas por los constructores de automóviles. Estas prácticas demostraron ser más adaptables a la fabricación de aviones totalmente metálicos que a la fabricación artesanal de productos de madera y lino de una generación anterior. Como fabricante de aviones, la industria automotriz se concentró en la fabricación de alas u otros componentes estructurales para aviones ensamblados por otros. Solo Ford y la División de Aeronaves del Este de General Motors participaron a gran escala en el ensamblaje final de los aviones.

La planta de Ford construida por el gobierno en Willow Run, Michigan, aplicó los métodos de producción en masa para construir todo el fuselaje del B-24 e instalar los cuatro motores del bombardero. Los ingenieros de producción de Ford planearon utilizar troqueles para dar forma a las piezas de los bombarderos con aluminio, al igual que los componentes de los automóviles se formaban con acero. Desafortunadamente, el aluminio, a diferencia del acero, tiende a recuperar su forma original después de ser estampado en un troquel y requiere estampados repetidos y más tiempo para lograr la forma deseada. Los componentes principales del B-24, como el estabilizador vertical, se cambiaron para reflejar la experiencia en combate, y los cambios radicales requirieron la construcción de nuevos troqueles. Las piezas para el chasis de un automóvil y la cubierta de chapa pueden requerir solo ajustes cosméticos simples durante una producción de dos años o más. La planta de Willow Run se volvió altamente eficiente medida por el peso producido por trabajador, pero el número real de aviones terminados siguió siendo decepcionante. Para marzo de 1944, la producción mensual apenas excedía los 400 bombarderos, aproximadamente dos tercios de la capacidad, pero dado el éxito en otras fábricas y el progreso en el campo de batalla, la fabricación proyectada de 600 bombarderos por mes en Willow Run resultó innecesaria.

Los constructores de automóviles de la nación habían tenido un éxito notable en la conversión a la producción de motores para aviones. Packard, que construyó los motores Liberty en la Primera Guerra Mundial, ahora fabricaba bajo licencia el Rolls Royce Merlin británico que impulsaba al caza de escolta P-51. General Motors, Ford y Nash fabricaron productos de Pratt y Whitney, mientras que Dodge y Studebaker obtuvieron la licencia de Wright Aeronautical. Las empresas de automóviles produjeron más del 40 por ciento de los motores construidos para los aviones estadounidenses entre julio de 1940 y agosto de 1945.

La provisión de mano de obra para la industria fue la última gran área de movilización de la aviación en la guerra. A medida que la industria aeronáutica creció, la naturaleza de su fuerza laboral cambió. De 200.000 en 1940, la mayoría de los artesanos calificados, el número de trabajadores superó los 2.000.000 en 1944, cayendo al año siguiente por debajo de 1.500.000 como resultado de los recortes en la producción que comenzaron incluso antes de que terminara la guerra. La mayoría de los nuevos trabajadores no estaban calificados, aunque estaban completamente capacitados en el trabajo repetitivo que contribuía a la fabricación de un avión, y muchos eran mujeres. La preponderancia de la mano de obra no calificada (o, como mucho, semicalificada) reflejó el triunfo de la cadena de montaje, en la que gran parte de la construcción de los aviones se convirtió en una sucesión de procedimientos simples que requerían atención a los detalles más que competencia en el trabajo del metal o algún otro oficio. Aunque la mayoría de los trabajadores tenían habilidades limitadas, se necesitaban trabajadores con experiencia industrial para mantener la línea de producción en movimiento. El Sistema de Servicio Selectivo buscaba mantener a los técnicos aeronáuticos calificados en las fábricas e impedía su partida hacia las fuerzas armadas. Las personas que tenían trabajos esenciales permanecieron exentos del servicio militar, y las autoridades federales instaron a los trabajadores a punto de ingresar a las fuerzas armadas a permanecer en la planta el mayor tiempo posible. Dado que la fuerza laboral debía mantenerse intacta, las Fuerzas Aéreas del Ejército se aseguraron de que un nuevo proyecto estuviera esperando cuando finalizaba un contrato existente. Los planificadores industriales trataron de evitar períodos de inactividad, incluso cuando una fábrica se remodeló para un producto diferente.

En una industria aeronáutica cuya mayor fortaleza (aparte, quizás, de su propio tamaño) era una capacidad única para la producción en masa, la cuestión de la cantidad frente a la calidad surgió a principios de la guerra. ¿Deberían las Fuerzas Aéreas del Ejército conformarse con lo bueno o insistir en lo mejor? ¿Era mejor producir inmediatamente un gran número de aviones adecuados o aceptar la inevitable demora en alcanzar el máximo volumen de producción para obtener un avión superior? El Director de Requisitos del Estado Mayor Aéreo, Mayor General Davenport "Johnny" Johnson, comandante de un grupo de persecución durante la Primera Guerra Mundial, respaldó la calidad: "Cincuenta aviones al 100 por ciento son más valiosos que cien aviones al 50 por ciento en combate real". .” Sus palabras no fueron escuchadas, ya que en 1943 las Fuerzas Aéreas retrasaron la aparición del bombardero ligero Douglas A-26 para continuar con la producción en volumen de tres similares, aviones adecuados, pero menos efectivos: el North American B-25, Martin B-26 y Douglas A-20. De manera similar, el bombardero en picado A-35 Vengeance de Vultee permaneció en producción a pesar de que ni las Fuerzas Aéreas del Ejército ni la Armada tenían planes para ellos; sin embargo, los aliados de Estados Unidos recibieron el Vengeance mediante préstamo y arrendamiento, y entró en acción con los británicos en Birmania.