Uno de los cazas más extendidos
CARLOS TORO
El Mundo
El F-16 Fighting Falcon (o simplemente Falcon) es uno de los cazas más extendidos en el mundo. Pocos aparatos de su clase tan merecedores del éxito fabricante y exportador. Cuando la Fuerza Aérea estadounidense concibió la idea de un cazabombardero ligero, maniobrable y barato (para los criterios económicos de esta clase de aviones; unos 30 millones de dólares por unidad), no se podía imaginar que esas especificaciones se cumplirían de sobra.
La firma General Dynamics (luego Lockheed Martin) diseñó y fabricó un halcón de 15 metros de largo y un peso máximo, con la carga completa de armas y combustible, de 16.000 kilos. Su techo operativo era de 15.000 metros y su velocidad tope de 2.100 kilómetros por hora a alta cota y, eso sí, ligero de carga.
El prototipo, un monoplaza monomotor de 10.800 kilos de empuje estático, empezó a volar en 1974 y entró en servicio, en las unidades correspondientes, en 1978. Ya los resultados de las pruebas habían mostrado un avión mejor de lo esperado: ágil, dócil al pilotaje, capaz de llevar unos 5.000 kilos de bombas o misiles. Fue considerado unánimemente el mejor caza del mundo en combate cerrado (dog fight, pelea de perros). Surtió en gran número los escuadrones de la USAF, que en 2005 recibió su último ejemplar, el 2.231 construido para el Tío Sam.
Ningún otro caza occidental -quizás ningún otro caza, a secas- de cuyo modelo se han producido en total más de 4.000 ejemplares -algunos, como en el caso de Japón, bajo licencia- ha tenido más éxito de ventas en el extranjero. Casi una treintena de países, entre ellos nuestro vecino Marruecos, lo operan. Desde luego, los F-16 actuales tienen poco que ver con los originales; ni en los motores, ni en los sistemas de armas, de comunicaciones, de radar... Su panoplia de armas es la habitual, cada vez más sofisticada y precisa: misiles aire-aire de guía infrarroja o radárica, bombas guiadas por láser o por GPS...
Las versiones C y D, adquiridas por Grecia, y los diferentes bloques (Block 40-42, Block 50-52, etcétera) han hecho de él un avión prácticamente nuevo y permanentemente joven. Ahora sólo es reconocible por la célula, con su característica forma con el motor en el centro inferior del fuselaje y sus líneas limpias y elegantes, entre la que destaca una carlinga alta y diáfana que permite una gran visibilidad. Con el tiempo, las mejoras técnicas y las experiencias adquiridas lo convirtieron en una plataforma polivalente, más allá de su cometido original de interceptador puro. España estuvo a punto de adquirirlo en el programa Faca (Futuro Avión de Combate y Ataque), aunque finalmente se decantó por el F-18 a causa de sus dos motores, considerados más seguros que uno solo en caso de fallo.
Su gran salto a la fama, al tiempo que demostraba en la práctica su versatilidad y, ¡oh sorpresa!, su capacidad de ataque al suelo, llegó cuando aparatos israelíes, escoltados por F-15, destruyeron el 7 de junio de 1981 la central nuclear iraní de Osirak.
En Europa han tenido bastante trabajo y no sólo en maniobras y entrenamientos, sino en misiones de cierta tensión que sirven para calibrar fuerzas y capacidades propias y ajenas. Habitualmente, en turnos rotatorios de la Otan, y en exigentes cometidos de control e interceptación, protegen los cielos bálticos de la aumentativa amenaza rusa.
Desde el comienzo de esas misiones en Lituania y, recientemente, en Estonia, los F-16 belgas, daneses, noruegos, holandeses, turcos y portugueses, amén de otros aparatos de otras naciones, incluidos Estados Unidos con F-16 y F-15, han velado por la defensa de un espacio aéreo que estaría indefenso sin su presencia, puesto que las repúblicas bálticas carecen de aviación de combate.
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