Fue una paliza: el coronel Gene Lee, as del aire, fue derribado sistemáticamente por un sistema de inteligencia artificial que se ejecutaba en una computadora de bolsillo; por ahora, los encuentros ocurrieron en un simulador. Pero sólo por ahora
La Nación
Hace poco, una computadora llamada AlphaGo se quedó con el campeonato mundial de go, uno de los juegos más arduos para la inteligencia artificial. Como escribí en su momento, creo que los maestros Fan Hui y Lee Sedol realmente jugaron al go, pero la máquina, no, ni cerca.
Con todo, la noticia fue fuerte, desde el punto de vista de los avances de las mentes sintéticas. Esta semana, la Universidad de Cincinnati (UC), Estados Unidos, dio a conocer una novedad que pasó mayormente inadvertida, pero que resulta, en mi opinión, mucho más significativa que la de AlphaGo. En pocas palabras, un caza controlado por una computadora venció sistemáticamente a un veterano piloto de combate, el coronel Gene Lee. El invicto software de inteligencia artificial se llama ALPHA y -¿están sentados?- corrió en una Raspberry Pi. En serio: el as del aire, que ha entrenado a miles de pilotos estadounidenses, fue derrotado por una computadora del tamaño de una tarjeta de crédito que pesa 45 gramos y cuesta 35 dólares. O, dicho de otro modo, un piloto de guerra humano podría ser derribado fácilmente por un smartphone de gama media.
El coronel Lee intenta, sin éxito, vencer a su enemigo robótico. Foto: Lisa Ventre, University of Cincinnati
Por ahora, los combates ocurrieron en una simulación y, en lo sucesivo, el plan es que ALPHA siga colaborando en el entrenamiento de pilotos en los simuladores. Pero esto es por completo irrelevante; en un punto, para la inteligencia artificial el mundo real es indistinguible de una simulación. Es más, la realidad podría no ser sino una simulación, tesis que plantearon en formato ficción The Thirteenth Floor y The Matrix y que Elon Musk, fundador de Tesla Motor, se toma muy en serio .
Algunas reflexiones sobre estos enfrentamientos entre un hombre y una máquina, que ocurrieron en octubre. Primera, es de nuevo cierto que mientras el coronel estuvo combatiendo, la máquina se dedicó a aplicar un algoritmo (llamado genetic-fuzzy systems). Es decir, mientras Lee sudaba la gota gorda (declaró que terminaba cada día exhausto), la computadora se dedicaba a procesar unos y ceros. Como con el ajedrez o el go, ALPHA estuvo ausente de la batalla. Pero el impacto de esto es aquí brutal. ¿Qué puede haber más aterrador que una máquina capaz de matar sin tener ni la más mínima noción de que está matando?
Segundo, y también como en los juegos de mesa, ALPHA ganó por una combinación de poder de cómputo y algoritmos bien diseñados, cortesía de Psibernetix, fundada por Nick Ernest, ex alumno de la UC. ALPHA es capaz de encontrar el mejor plan táctico para cada situación 250 veces más rápido de lo que el coronel tarda en pestañear. O sea, Lee nunca tuvo ni la más mínima chance.
Nada nuevo hasta acá. Lo extravagante es que bastó el poder de cómputo de una Raspberry Pi para derribar a un piloto humano. No hizo falta una supercomputadora, como en el caso de los juegos de mesa. Si hiciera falta una supercomputadora, sería todavía imposible imaginar cazas robot. Pero, al menos en lo que concierne al módulo de combate, la UC ha demostrado que esto es perfectamente viable. En cuanto a lo demás, las computadoras vienen ayudando a volar aviones desde 1912.
Ahora bien, al revés de lo que ocurre con el ajedrez o el go, donde el que una máquina le gane a los humanos no sirve para nada, y al revés de lo que ocurriría con los vuelos comerciales, en los que descartar al piloto y el copiloto no alteraría de manera significativa las maniobras que esa nave puede realizar, en el caso de los aviones de combate, la situación es por completo diferente.
Si se elimina al piloto de guerra, la aeronave no sólo será más ligera y económica, sino que podrá realizar maniobras que resultarían intolerables para un ser humano. Podría virar sin importar la fuerza G o, para ser exacto, podría hacerlo a valores de fuerza G que un piloto entrenado no podría soportar o que podría soportar sólo por unos pocos segundos. De hecho, ALPHA no se enfrentó a Lee con todas sus destrezas habilitadas; le dieron menos misiles, sensores de menor capacidad y no pudo ir más allá de los límites humanos, mientras que Lee disfrutó de información privilegiada provista por un Awacs. Aún así, no le pudo ganar. Ni una vez.
Nota al margen, para no herir susceptibilidades: en un vuelo comercial, la presencia de los pilotos es imprescindible. Las computadoras pueden hacer cosas increíbles, pero como carecen de consciencia, resulta mucho más complicado inculcarles la ética, el valor o el miedo. Así, en una emergencia que teóricamente carece de solución, un piloto robot podría decidir que no hay nada que hacer. Y adiós. En cambio, un ser humano echaría mano de esa alternativa que tiene una chance en un millón e intentaría salvar la nave. Es lo que hizo, en 1983, el capitán Robert Pearson cuando el vuelo 143 de Air Canada, un 767-200 a su mando, se quedó sin combustible a 41.000 pies de altitud. Sin casi ninguna posibilidad de éxito, tomó la decisión de volar un jet de 140 toneladas como si fuera un planeador y salvó a los 61 pasajeros y los 8 tripulantes (incluido Pearson) al aterrizar sin mayores consecuencias en la estación Gimli, una pista de aterrizaje militar abandonada que, en el momento del siniestro, estaba siendo usada para carreras de coches.
Volviendo a nuestra Raspberry Pilot: hay algo mucho más importante en el hecho de que un avión de guerra no lleve tripulación, como ya ocurre con los drones militares. Si fuera derribado, no habría riesgo de que se pierda una vida. ALPHA nunca se eyectaría, porque, en rigor, no estaría ahí.
Como saben, los simuladores de vuelo, sobre todo los muy realistas, son mis videojuegos favoritos. El todavía inigualado Falcon 4, que sigue saludable gracias a la gente de Benchmark Sims, es tan exigente que se vendía aparte un curso de combate aéreo dictado por el piloto de F-16 Pete Bonnani. Casi lo primero que uno aprende de sus lecciones es que en esta clase de batalla no hay lugar para la creatividad. Te sabés las reglas, elegís la mejor táctica y la aplicás a una velocidad escalofriante sin cometer ni el más mínimo error. O terminás bajando en el ascensor de seda. Eso es todo. Y eso es, precisamente, lo que una máquina sabe hacer mejor.
La guerra después de la guerra
Es inevitable asociar la noticia, por otro lado, con Terminator y distopías de ese tipo. Bueno, en ese caso, la inteligencia artificial podría anunciar, con toda justicia, "Yo ya gané".Pero aunque es cierto que con ALPHA se ha iniciado un camino que lleva a poner armas en manos de robots, mucho antes de que nos debamos enfrentar con esta situación (que quizá nunca ocurra), la noticia de la UC es muy disruptiva en otro aspecto. Si las máquinas se demuestran capaces de vencer a los pilotos humanos en todos los casos, sería el primer paso para robotizar por completo los conflictos armados. Dada la complejidad del combate aéreo, es poco probable que las otras fuerzas no vayan a seguir el ejemplo de ALPHA. En 2013, Google compró una empresa llamada Boston Dynamics, que, entre otras cosas, es proveedora de las fuerzas armadas estadounidenses. Se dedican a fabricar robots. Hola, ¿Sarah?
Tampoco es una novedad que los avances tecnológicos aplicados a la guerra cambian el equilibrio de poder. Ha ocurrido desde que esta especie, que se la pasa columpiándose entre el deseo de la paz y su incurable instinto destructivo, se organizó en tribus. El arco y la flecha, en el paleolítico superior; las catapultas griegas, en 400 AC; el cañón, en el siglo XIV; las ametralladoras, a finales del siglo XIX, y más modernamente, los tanques, los aviones, el radar, las armas nucleares y las bombas inteligentes.
ALPHA tiene todo para convertirse en otro peldaño en esta escalera, uno que podría alterar por completo el concepto de la guerra. Tan pronto una nación industrializada opte por robotizar sus fuerzas armadas, todas las otras con un poderío económico equivalente deberán hacer lo mismo; de lo contrario, se volverían obsoletas. En tales circunstancias, los enfrentamientos ya no serían entre personas. Ni siquiera serían entre robots. La pelea se daría en el terreno del software. El que tuviera los mejores algoritmos saldría victorioso. Por lo tanto, alcanzaría con simular los combates, que durarían milisegundos. Tal vez Lee y ALPHA sean recordados en un futuro posible como los que terminaron con la pesadilla de la guerra real. Incluso sin llegar a estos horizontes de ciencia ficción, el que los enfrentamientos armados queden a cargo de robots de guerra podría tener consecuencias políticas imprevisibles.
Por supuesto, las posibilidades de que la guerra se resuelva en una simulación son remotísimas, al menos en el mediano plazo. En primer lugar, porque la esencia del conflicto armado es que se desarrolle en la realidad, no en el espacio virtual. Además, la guerra es una industria de una escala difícil de concebir. El desarrollo del más moderno de los cazas estadounidenses, el F-35, ha costado alrededor de 1500 billones (sí, billones) de dólares. Entre paréntesis, es un lindo avión, lástima que está plagado de problemas; uno de los más recientes es que su radar se cuelga en vuelo. Nada práctico en un avión de combate.
Es muy improbable que semejante negocio se deje convertir en una simulación. Salvo, claro, que la próxima fase de esta industria resulte ser el desarrollo de algoritmos como el de ALPHA, y que el costo de una nueva generación de combatientes virtuales alcance las 12 cifras. Suena plausible. Hoy, Psibernetix tiene dos empleados, su fundador y David Carroll, programador y diseñador de software. Podrán decirme que es una simple casualidad, pero los hermanos Wright también eran dos al principio.
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