sábado, 14 de junio de 2025

El multifacético Junkers Ju-290

El Junkers Ju-290 fue un avión de pasajeros usado para la guerra

Nathan Cluett || Plane Historia



El Junkers Ju-290 fue concebido originalmente como un avión de pasajeros de largo alcance, pero su destino cambiaría dramáticamente con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, transformándose en una aeronave que cumplió diversos roles: desde reconocimiento marítimo hasta transporte e incluso como transporte personal para altos mandos.

Desarrollo

A fines de la década de 1930, la historia de la aviación vivía un período de transformación, con una demanda creciente por aviones comerciales de alcance extendido.

Fue en este contexto que Lufthansa, la aerolínea alemana líder, expresó la necesidad de un avión que pudiera superar las limitaciones de los modelos contemporáneos, ofreciendo mayor alcance y capacidad.

Este requisito marcó el comienzo del proyecto de Junkers —un nombre sinónimo de logros pioneros en aviación— que culminaría en la creación del Junkers Ju-290.

Inicialmente, la conceptualización del Ju-290 estuvo profundamente influida por la filosofía de diseño y la base técnica establecida por su predecesor, el Junkers Ju-90. A partir de allí, ingenieros y diseñadores de Junkers emprendieron la ambiciosa tarea de ampliar el diseño del Ju-90.

Su objetivo era mejorar significativamente el alcance, la carga útil y el rendimiento general. Central en sus esfuerzos estaba la aspiración de desarrollar una aeronave capaz de satisfacer los exigentes requisitos del vuelo comercial de larga distancia.

A medida que el panorama geopolítico empezaba a inclinarse hacia el conflicto, esta visión se amplió naturalmente para incluir aplicaciones militares también.


Se pueden observar similitudes entre el Ju-90 y el Ju-290.

La fase de desarrollo del Ju-290 fue una demostración clara del compromiso inquebrantable de Junkers con la innovación y la excelencia. Inicialmente, el equipo tomó una decisión estratégica al elegir una configuración de ala alta. Esta decisión crucial mejoró significativamente la estabilidad y sustentación de la aeronave, facilitando así el transporte de cargas más pesadas a mayores distancias.

Posteriormente, la integración de cuatro motores radiales BMW 801 emergió como un paso fundamental, proporcionando la potencia necesaria para llevar la aeronave a sus destinos previstos. Además, esta elección garantizaba una fiabilidad consistente, incluso frente a escenarios operativos diversos y, a menudo, exigentes.

Un avión para aerolíneas y para el ejército

Asimismo, el proceso de diseño puso un fuerte énfasis en la importancia del confort y la eficiencia de la tripulación. En detalle, la cabina y las áreas del equipo fueron meticulosamente planificadas para alojar cómodamente hasta diez personas, incluyendo pilotos, navegantes y operadores de radio.

Esta atención deliberada a los factores humanos no solo resaltó la versatilidad funcional de la aeronave como avión comercial y activo militar, sino que también garantizó que los tripulantes pudieran ejecutar sus responsabilidades eficazmente durante misiones prolongadas.

Cuando el Ju-290 despegó por primera vez en 1942, representaba la culminación de años de esfuerzo dedicado por parte del equipo de Junkers. La aeronave encarnaba una combinación de innovación tecnológica y visión estratégica, reflejando las cambiantes necesidades de la época.

Aunque inicialmente se pensó para revolucionar los vuelos civiles de larga distancia, el estallido de la Segunda Guerra Mundial obligó a cambiar su rol. Fue rápidamente adaptado para uso militar, aprovechando sus capacidades únicas para desempeñar una variedad de roles cruciales para el esfuerzo bélico alemán.


El Ju-290 tenía una rampa trasera para facilitar la descarga de carga.

Innovaciones de diseño

El Junkers Ju-290 destaca en la historia de la aviación no solo por su impresionante tamaño y alcance, sino también por la multitud de innovaciones de diseño que los ingenieros de Junkers incorporaron durante su desarrollo.

Estas innovaciones no solo diferenciaron al Ju-290 de sus contemporáneos, sino que también subrayaron el papel de Junkers como pionero en la tecnología aeronáutica.

Elemental en el diseño del Ju-290 fueron sus cuatro motores radiales BMW 801. Estos motores estaban entre los más avanzados de su tiempo, ofreciendo una combinación de potencia, fiabilidad y eficiencia sin igual. La elección de estos motores fue estratégica, asegurando que el Ju-290 pudiera cumplir sus misiones de largo alcance sin sacrificar rendimiento. Los motores permitían a la aeronave mantener una velocidad de crucero competitiva para su época, todo mientras transportaba cargas significativas a través de vastas distancias.


El avión era enorme y habría sido un excelente avión de pasajeros.

Ventaja aerodinámica

La atención a la aerodinámica jugó un papel clave en el refinamiento del diseño del Ju-290. Cada curva y línea de la aeronave fue el resultado de una planificación y prueba meticulosa, orientada a reducir la resistencia y mejorar la eficiencia del combustible.

Este enfoque aerodinámico incluía la integración de trenes de aterrizaje retráctiles, que al replegarse contribuían a un flujo de aire más suave alrededor del fuselaje, mejorando aún más su rendimiento.

La cabina y áreas de tripulación del Ju-290 eran maravillas del diseño ergonómico. Los ingenieros diseñaron estos espacios para alojar hasta diez tripulantes, asegurando que cada uno pudiera desempeñar sus funciones sin restricciones, incluso durante misiones extendidas.

Esta consideración por el confort y la eficiencia de la tripulación era indicativa del doble rol del avión como activo comercial y militar.

La inclusión de sistemas avanzados de navegación y comunicación en la cabina subrayaba el estatus de vanguardia del Ju-290, permitiéndole navegar con precisión sobre vastas extensiones de océano y tierra.


Junkers había desarrollado una aeronave altamente avanzada para su tiempo.

Además, la capacidad de adaptación del Ju-290 fue quizás su característica más innovadora. A lo largo de su vida útil, la aeronave fue modificada para cumplir roles tan diversos como reconocimiento marítimo, transporte pesado e incluso transporte VIP.

Esta versatilidad fue posible gracias a sus principios de diseño fundamentales, que anticipaban la necesidad de un avión que pudiera reconfigurarse fácilmente para satisfacer las demandas cambiantes de la guerra y la paz.


Historia operativa

La historia operativa del Junkers Ju-290 es una narrativa de adaptación y versatilidad, reflejando el tumultuoso período durante el cual sirvió.

A medida que se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial, la aeronave pasó de su uso comercial previsto a un rol militar multifacético, demostrando sus capacidades en varios teatros de operaciones y cumpliendo funciones que fueron críticas para el esfuerzo bélico alemán.

Una de las contribuciones más significativas del Ju-290 fue en el ámbito del reconocimiento marítimo. La vasta extensión del océano Atlántico se convirtió en un campo de batalla estratégico donde las capacidades de largo alcance del Ju-290 se destacaron.

Las tripulaciones del Ju-290 emprendían misiones extendidas para rastrear convoyes aliados, transmitiendo inteligencia crucial a los submarinos alemanes.

Estas operaciones fueron fundamentales en la Batalla del Atlántico, donde el control de las rutas marítimas era decisivo. Los avanzados sistemas de radar del avión, junto con su capacidad para llevar una considerable carga de armamento, lo convirtieron en un activo formidable en estas misiones de reconocimiento, capaz no solo de detectar sino también de atacar embarcaciones enemigas si era necesario.

Sobresaliendo como transporte

Además de sus deberes de reconocimiento, el Ju-290 se destacó como avión de transporte, trasladando suministros, equipos y personal a través de continentes.

Su capacidad para cubrir largas distancias sin necesidad de reabastecimiento de combustible significaba que el Ju-290 podía conectar los diversos frentes donde las fuerzas alemanas estaban involucradas, desde los desiertos del norte de África hasta el Frente Oriental.

Este apoyo logístico fue vital para sostener las operaciones en estas áreas remotas y a menudo inaccesibles, donde las líneas de suministro tradicionales luchaban por mantener un flujo constante de recursos.


El Ju-290 cumplía una variedad de roles y fue una aeronave importante para la Luftwaffe.

La versatilidad del Ju-290 quedó aún más resaltada por su conversión en avión de transporte VIP. Quizás el pasajero más notable fue Adolf Hitler, para quien se adaptó especialmente un Ju-290.

Esta adaptación subrayaba la fiabilidad y el confort del avión en vuelos de larga distancia, proporcionando un alto nivel de seguridad y eficiencia para el transporte de altos mandos.

Sirvió como puesto de mando volante, equipado con sistemas de comunicación de última generación que permitían la coordinación ininterrumpida con unidades militares y funcionarios gubernamentales en toda Europa.

A lo largo de su servicio, el Ju-290 enfrentó los desafíos de las operaciones en tiempos de guerra con resiliencia y adaptabilidad. Las tripulaciones debían sortear amenazas de cazas enemigos y fuego antiaéreo, confiando en los armamentos defensivos del Ju-290 y en la habilidad de sus pilotos para evitar enfrentamientos.

Las duras condiciones encontradas en diversos teatros —desde las heladas aguas del Atlántico hasta el calor abrasador del norte de África— pusieron a prueba los límites del diseño del avión y la resistencia de su tripulación.

Alles Kaput

El apodo “Alles Kaput”, que se traduce como “todo roto” o “todo perdido” en inglés, fue dado emblemáticamente a una aeronave específica dentro de la flota Ju-290, resaltando los desafíos y adversidades enfrentados durante su servicio en la Segunda Guerra Mundial.

Esta aeronave específica se convirtió en un ejemplo notable principalmente por su participación en operaciones bélicas significativas y su posterior captura por parte de las fuerzas aliadas, lo que marcó un momento clave en la comprensión y el examen de la tecnología aeronáutica alemana.

“Alles Kaput” formaba parte del Fernaufklärungsgruppe (grupo de reconocimiento de largo alcance) de la Luftwaffe, encargado de realizar patrullas marítimas sobre el Atlántico. Estas misiones tenían como objetivo identificar convoyes y submarinos aliados, proporcionando inteligencia crítica para las operaciones navales alemanas.



El infame Alles Kaput. Crédito foto: Bill Larkins CC BY-SA 2.0

El avión estaba equipado con avanzados sistemas de radar y navegación, lo que le permitía cumplir sus tareas de reconocimiento sobre territorios vastos y hostiles.

A medida que avanzaba la guerra, la importancia estratégica del Ju-290, incluido “Alles Kaput”, se volvió cada vez más evidente.

Su capacidad para cubrir largas distancias lo convirtió en un activo invaluable para la Luftwaffe, no solo para reconocimiento, sino también para transportar personal clave y equipos a través de los teatros europeos y africanos de la guerra.

La adaptabilidad del Ju-290 a diversos roles subrayaba la ingeniería avanzada y la filosofía de diseño de Junkers, convirtiéndolo en una de las aeronaves más versátiles de su tiempo.

Captura

La historia de “Alles Kaput” tomó un giro dramático hacia el final de la guerra cuando fue capturado por las fuerzas aliadas. Esta captura tuvo un valor de inteligencia significativo, ofreciendo a los Aliados una oportunidad rara de examinar de cerca la tecnología y los principios de diseño detrás de una de las aeronaves más avanzadas de Alemania.

El examen de “Alles Kaput” proporcionó conocimientos sobre los avances en tecnología aeronáutica logrados por los alemanes durante la guerra, incluyendo aerodinámica, rendimiento de los motores y sistemas de radar.


viernes, 13 de junio de 2025

Avión experimental: Los numerosos modelos rusoviéticos (4/4)

 /k/ Aviones Episodio 93: Slavshit experimental




/K/ Planes




Mikoyan Gurevich MiG-21I Analog

Como parte del desarrollo del avión de transporte supersónico Tupolev Tu-144, se desarrolló una nueva planta de ala ojival. Dado que esta planta no tenía precedentes en la aviación soviética, se decidió convertir un MiG-21 para que sirviera como banco de pruebas. El MiG-21I, como se le conocía, sustituyó todas las superficies horizontales por una única ala ojival de gran tamaño, a escala reducida del diseño del Tu-144, que abarcaba toda la longitud del fuselaje. En el morro y la cola se instalaron compensadores de masa remotos, lo que permitía desplazar el centro de gravedad para las pruebas. A partir de abril de 1968, se realizaron 140 vuelos de prueba, probando el MiG-21I desde el borde de la pérdida hasta Mach 2,06. Al finalizar las pruebas, un prototipo se perdió durante una demostración acrobática, mientras que el otro se utilizó para entrenar a los primeros pilotos del Tu-144 antes de ser entregado al Museo de la Fuerza Aérea de Monino. El programa de pruebas fue en general un éxito: la forma del ala fue validada, lo que permitió que el Tu-144 entrara en servicio.


Sukhoi 100LDU

Durante la fase de diseño del proyecto del bombardero supersónico T-4, Sukhoi determinó que sería necesario un sistema de control electrónico (fly-by-wire) para la aeronave. Ante la escasa experiencia práctica con estos sistemas, Sukhoi decidió crear un banco de pruebas FBW. Se seleccionó un entrenador Su-7U como avión de prueba, que se modificó con canards para crear un banco de pruebas longitudinalmente inestable para el sistema FBW. Designado como 100LDU, el avión despegó en 1968. Las pruebas resultaron satisfactorias: validaron el sistema de control desarrollado para el T-4 y se mantendría como banco de pruebas de control durante la siguiente década, desempeñando las mismas funciones en 1973-73, mientras Sukhoi desarrollaba el Su-27.


Alekseev SM-6

Aunque el KM marcaría la cúspide del desarrollo del ekranoplano, no sería el último diseño de este tipo en volar. La Armada Soviética se había dado cuenta de la idea del vehículo de efecto suelo y, a finales de los años 60, buscaba un ekranoplano que sirviera como transporte de alta velocidad. En 1972, Alekseev volaría el SM-6, que se concibió como prototipo a escala reducida para el futuro A-90, que cumpliría esta función. El SM-6 era radicalmente diferente de los diseños anteriores: si bien compartía la misma cola en T y el ala de baja relación de aspecto, carecía de las prominentes superficies de soplado de las alas. En su lugar, dos motores TRD-25 en el morro expulsarían los gases de escape bajo la base de las alas, mientras que un único turbohélice AI-20 montado en la punta de la cola proporcionaría empuje adicional. A diferencia de los ekranoplanos anteriores, el SM-6 demostró ser capaz de volar sin efecto suelo, con un modesto techo de vuelo de 3000 m. Al final, el SM-6 fue un éxito: el A-90 volaría ese año y se produjeron cinco prototipos.


Bartini-Beriev VVA-14

A principios de los años 60, Bartini propuso un enorme vehículo de efecto suelo de 2500 toneladas. Si bien el proyecto obtuvo cierto apoyo, se decidió primero desarrollar un demostrador tecnológico. Bajo la designación VVA-14, Bartini se asoció con Beriev para crear una aeronave de doble función que pudiera servir como plataforma ASW/patrulla, a la vez que validaba el diseño más grande. El VVA-14 era una aeronave inusual: estaba equipado con tren de aterrizaje convencional y pontones (primero fijos, luego inflables) para operaciones anfibias, una gran sección central del ala para vuelo de efecto suelo y secciones exteriores del ala más delgadas que permitían el vuelo convencional. Aunque los dos prototipos solo estaban equipados con dos turbofán D-30 sobre el fuselaje, los planes finales preveían doce reactores de sustentación RD-36 para permitir que el VVA-14 lograra vuelo VTOL. Las pruebas de vuelo comenzaron en septiembre de 1972, y en general se desarrollaron satisfactoriamente a pesar de algunos problemas de vibración. Los pontones inflables se instalaron en 1974, al igual que los motores delante del ala para generar un efecto de soplado. Desafortunadamente, el programa VVA-14 se vio gravemente afectado por el fallecimiento de Bartini a finales de 1974. Los proyectos de Bartini quedaron en el olvido, ya que los proyectos de Beriev, como el A-40 y el A-50, cobraron prioridad, y para finales de 1975, el VVA-14 fue abandonado.


Mikoyan Gurevich MiG-105 Spiral

En 1965, la URSS inició un ambicioso proyecto de avión espacial bajo el nombre de Spiral. Vagamente similar a los proyectos estadounidenses de aviones espaciales con cuerpo sustentador, el Spiral iba a utilizar un pequeño... Aunque el orbitador en sí era vagamente similar a los proyectos estadounidenses con cuerpo sustentador, el alcance total del programa era mucho más radical. El Spiral iba a involucrar un avión de transporte que llevaría todo el conjunto a Mach 6 a una altitud de unos 30 km, arrojando el orbitador, que sería propulsado a órbita mediante un gran cohete propulsor. Los planes exigían que el diseño final tuviera una carga útil de unas 10 toneladas métricas en una órbita de 150 km. Una vez en órbita, serviría como plataforma tripulada de reconocimiento, ataque o intercepción, con suficiente combustible a bordo para cambiar la inclinación en 17 grados.

Dada la ambición del programa Spiral, se realizaron extensas pruebas a escala reducida mucho antes de que un prototipo real emprendiera el vuelo. La fase de experimentación incluyó dos clases de vehículos de prueba: prototipos no tripulados de alta velocidad para evaluar las características de reentrada y vehículos tripulados de baja velocidad para examinar las características de aterrizaje. Los modelos de prueba no tripulados, denominados BOR-1, -2 y -3, realizaron varios lanzamientos verticales desde cohetes a la atmósfera superior a partir de 1969. El BOR-1 era un modelo a escala 1:3 que realizó un único vuelo que aceleró la máquina a velocidades suborbitales de 100 km. Descendería a unos 60 km, momento en el que se quemaría durante la reentrada (previsto como parte del programa). El BOR-2 que le siguió fue más robusto, lo que le permitió realizar cuatro lanzamientos de prueba entre 1969 y 1972. El BOR-3, siguiendo los mismos planes generales, fallaría en sus dos pruebas, una perdida durante un accidente de lanzamiento y la otra perdida cuando su paracaídas no se desplegó en su vuelo inaugural en 1974.

El banco de pruebas tripulado Spiral, denominado EPOS, no despegó hasta mucho después de que el diseño fuera validado por los vehículos de prueba BOR. Aunque concebido como un banco de pruebas de baja velocidad, el EPOS incorporaría muchos elementos del diseño final previsto, incluyendo las secciones de ala exterior plegables y una cápsula de escape presurizada. Si bien carecía de los cohetes propulsores previstos para maniobras orbitales, estaba equipado con un único turborreactor RD-36 con 10 minutos de combustible, lo que le permitiría realizar múltiples intentos de aterrizaje o desviarse a otro aeródromo. Desafortunadamente, el fallecimiento de Artyom Mikoyan en 1970 suspendió el proyecto, y cuando se reanudó en 1972, el ambicioso programa Spiral se orientó hacia la investigación. El EPOS finalmente estaría listo para las pruebas a mediados de la década de 1970, pero las pruebas en tierra retrasarían el primer vuelo de la aeronave.

Recién en mayo de 1976, el EPOS voló por primera vez, despegando y volando por sus propios medios durante un breve vuelo. La siguiente etapa de pruebas comenzó en 1977, con el lanzamiento del EPOS desde un Tu-95K. Tras varias pruebas de transporte cautivo, el EPOS realizó su primera prueba de caída en octubre de 1977, planeando desde una altitud de 5 km hasta un aeródromo. Se realizarían nueve vuelos de prueba más, pero durante ese tiempo, el nuevo Ministro de Defensa de la URSS había cambiado el curso del desarrollo de las naves espaciales soviéticas. Aunque un banco de pruebas supersónico del EPOS estaba listo para volar y una variante hipersónica estaba en construcción, se dio prioridad al programa Buran. El golpe mortal para el EPOS llegó en 1978, cuando el prototipo resultó dañado en un accidente de aterrizaje. Aunque fue reparado y volvió a estar en condiciones de vuelo, marcó el final del programa: el EPOS nunca volvería a volar.


Sukhoi Su-27UB-PS


A principios de los 80, Sukhoi comenzó a investigar el uso de toberas de motor con vectorización de empuje. Tras experimentos iniciales con toberas planas bidimensionales, Sukhoi desarrolló un demostrador a escala real a finales de la década. En 1989, un Su-27UB de preproducción fue equipado con una nueva tobera sobre el motor de babor para evaluar el nuevo sistema de vectorización de empuje. La tobera consistía en placas planas, que solo podían moverse verticalmente. Las pruebas de vuelo comenzaron en 1989. Se realizaron 20 vuelos de prueba, aparentemente con buenos resultados. Sin embargo, el desarrollo de la vectorización de empuje de Sukhoi pronto cambiaría. Sukhoi pasó a experimentos de vectorización de empuje tridimensionales.


Sukhoi Su-37

Aunque el sistema de vectorización de empuje 2D con el que Sukhoi experimentó a principios de la década resultó infructuoso, no fue el último de sus experimentos con este sistema. Mientras se iniciaba el trabajo en el T10M/Su-35, Sukhoi tenía planes para un demostrador mucho más avanzado. En 1995, el undécimo prototipo del T10M fue ampliamente reconstruido como el Su-37. El Su-37 mejoró prácticamente todo del Su-35. La estructura se reconstruyó con más materiales compuestos y aleaciones de aluminio y litio, y la aviónica y la cabina se mejoraron con respecto al ya impresionante conjunto del Su-35. Se instaló el motor AL-31FP con vectorización de empuje 2D, y se planeaba el montaje del AL-37FU con toberas de vectorización 3D una vez finalizado el desarrollo del motor. Las toberas del AL-31FP podían girar 15 grados hacia arriba o hacia abajo, lo que proporcionaba al avión autoridad para cabecear y alabear en ángulos de ataque extremos. Sin embargo, a simple vista, el Su-37 era prácticamente indistinguible del Su-35. Salvo por los estabilizadores verticales cuadrados, el avión era prácticamente idéntico al prototipo del Su-35.

El Su-37 realizó su primer vuelo en la primavera de 1996, completando las pruebas preliminares a tiempo para su debut en el Salón Aeronáutico de Farnborough en septiembre de ese año. Sukhoi se aseguró de demostrar la agilidad del avión, alcanzando el Su-37 un ángulo de ataque de 180 grados en una maniobra "Super Cobra", así como varias otras maniobras posteriores a la pérdida. Las apariciones en salones aéreos de todo el mundo continuaron hasta 2001, cuando el Su-37 finalmente fue equipado con los motores AL-37FU con vectorización de empuje 3D, junto con aviónica y controles actualizados. Desafortunadamente, la trayectoria del Su-37 en esta configuración fue breve: el único ejemplar se estrelló en diciembre de 2002. La tensión causada por las intensas maniobras en los salones aéreos dañó el estabilizador horizontal derecho, provocando su fallo en vuelo. El accidente del Su-37 marcó el final del programa. El Su-37 nunca llegaría a producción, y no está claro si Sukhoi siquiera lo pretendió. En cualquier caso, el Su-37 no era para nada inútil: elementos probados en el diseño se trasladaron a varios proyectos Flanker, incluyendo el Su-30 y el Su-35 de segunda generación.


Sukhoi Su-47

Cuando la URSS inició sus programas de cazas de nueva generación a finales de los años 70, Sukhoi decidió adoptar un enfoque radicalmente diferente al empleado en sus diseños anteriores. En estrecha colaboración con TsAGI, comenzaron a desarrollar un caza de ala en flecha hacia adelante. Como demostraban los estudios en túneles de viento de TsAGI, dicha ala proporcionaría excelentes características de vuelo en la envolvente transónica. Sukhoi, basándose en los estudios de TsAGI y en sus propios experimentos con supermaniobrabilidad, creó una propuesta para un caza ligero y pesado. Ambos diseños eran máquinas de tres superficies dinámicamente inestables con vectorización de empuje para mejorar el rendimiento tras la pérdida. Parece que el trabajo avanzó más en un diseño conocido como el S-32, un avión de mayor tamaño destinado a ser el sucesor del Su-33. El S-32 iba a ser un gran salto respecto de la serie Flanker: alas en flecha hacia adelante y controles avanzados darían una agilidad excelente, mientras que una forma sigilosa moderada reduciría el RCS y, lo más notable, una gran boquilla única de vectorización de empuje derivada del diseño utilizado en el Su-27UB-PS vectorizaría el empuje de ambos motores.

Desafortunadamente para Sukhoi, el proyecto se prolongó hasta que la crisis económica de 1989 obligó a cancelarlo. Los problemas estructurales asociados con las alas en flecha hacia adelante obligaron a Sukhoi a dedicar gran parte de la década al desarrollo de una estructura de ala de material compuesto para el avión, por lo que Sukhoi apenas comenzaba la construcción de prototipos al finalizar la Guerra Fría. Afortunadamente para Sukhoi, el éxito de exportación del Flanker les proporcionó abundantes ingresos adicionales durante los años 90, lo que les permitió continuar con el desarrollo de su caza cancelado. En 1991, comenzaron a realizar pruebas de caída desde helicópteros con modelos a escala de una tonelada, lo que les permitió validar el diseño. El S-32 se transformaría ligeramente, perdiendo sus características navales y su tobera cuadrada para convertirse en el S-37. Inicialmente, el S-37 estaba equipado con dos turbofán D30F-11 sin toberas de empuje vectorial, conservando el mismo diseño avanzado desarrollado para el S-32, pero utilizando el morro delantero y el tren de aterrizaje de un Su-27 para reducir costos.

El S-37 se completó a finales de 1996 y despegó en septiembre del año siguiente. Las pruebas ampliaron gradualmente los límites de vuelo, hasta alcanzar una velocidad máxima de Mach 1,4. Mientras tanto, los ingenieros de Sukhoi trabajaban no solo para autorizar el caza a velocidades más altas, sino también para adaptar el diseño como demostrador tecnológico para un caza de nueva generación, ya que la financiación y el apoyo para el MiG 1.44, que había ganado el contrato de MFI, se estaban agotando. Los planes preveían la sustitución de los motores D30F por motores AL-41 con vectorización de empuje, mientras que el avión se equipaba con diversos paquetes de aviónica modular para demostrar sus capacidades. En 1999, hizo su debut público en el salón aeronáutico MAKS como Su-47. Finalmente, el Su-47 seguiría siendo un demostrador tecnológico. El programa de pruebas finalizó en torno al nuevo milenio sin que se instalaran los AL-41, y, al comenzar el programa PAK FA, el Su-47 fue retirado. 

jueves, 12 de junio de 2025

Proyección de poder aéreo: La posibilidad de ataques aéreos chinos desde el espacio

Avión cohete chino ataca prácticamente desde el espacio: es muy posible

Roman Skomorokhov || Revista Militar




 
El 26 de diciembre de 2024, China sorprendió al mundo al lanzar al aire no uno, sino dos nuevos prototipos de cazas que encarnan su visión de los sistemas aéreos de próxima generación: el Chengdu J-36 y el Shenyang J-XX/J-50.


 

A través de una cadena de filtraciones cuidadosamente dosificadas —porque, seamos sinceros, si alguien sabe guardar secretos militares, es el Imperio Celestial—, China ha dejado entrever una jugada que nadie vio venir. Dos aeronaves, completamente nuevas, salieron a la luz: un enorme avión sin cola y con ala en forma de diamante, identificado como J-36 (fuselaje número 36011), fabricado por Chengdu, y otro de menor tamaño —aunque igualmente imponente— de ala lambda, desarrollado por Shenyang, conocido de forma extraoficial como J-XX o J-50.

Que China estuviera trabajando en su propia visión de un sistema de combate aéreo de sexta generación era un secreto a voces. Pero nadie esperaba que dieran este paso tan pronto. Y mucho menos, que lo hicieran con semejante contundencia.

Primero, porque todos asumían que Estados Unidos marcaría el rumbo en este terreno. Su programa NGAD (Next Generation Air Dominance) había dominado el discurso sobre los cazas del futuro, y parecía cuestión de tiempo hasta que los norteamericanos se llevaran el primer aplauso. Pero China se adelantó.

Segundo, porque no se trató de una única plataforma experimental. China reveló dos programas distintos, desarrollados por dos fabricantes competidores, que avanzan en paralelo en investigación, desarrollo y producción. Chengdu y Shenyang, ambos trabajando al unísono, pero por caminos separados, hacia una misma meta: redefinir el dominio aéreo.

Y así, de un momento a otro, China no solo presentó su primer caza de sexta generación. Presentó también el segundo. Con apenas unas horas de diferencia.

No hay otra forma de decirlo: 2025 arrancó con China en el centro del escenario de la aviación militar global. Mientras otros hablaban del futuro, ellos lo pusieron a rodar por la pista.




Hoy, todas las miradas están puestas en una sola silueta: la del Chengdu J-36. No porque sepamos exactamente qué es —todo lo contrario—, sino porque lo que rodea a esta máquina está envuelto en una neblina de misterio, lo que, en tiempos como estos, es casi una invitación a imaginar. Diseño, capacidades, propósito… el J-36, creación inesperada de Chengdu Aerospace Corporation (CAC), nos deja espacio para especular, y eso lo hace aún más fascinante.

Lo que sí se ha filtrado —en fotos y videos cuidadosamente controlados— revela un avión con diseño de ala en diamante, sin superficies de cola. Un auténtico “ala volante” futurista. En sus primeras apariciones, el J-36 estaba propulsado por dos motores turbofán, pero luego surgieron imágenes que mostraban un tercer motor, algo que abrió una cascada de preguntas.

En cuanto a su tamaño, el J-36 es considerablemente más grande que el ya imponente J-20, también desarrollado por Chengdu. Algunos analistas estiman una longitud de 23 metros y una envergadura de 19,2 metros, lo que lo ubica por encima del J-20, que mide 20,3 m de largo con una envergadura de 12,88 m. A partir de eso, se proyecta un peso máximo al despegue (MTOW) de entre 50 y 60 toneladas.

¿Y qué clase de caza necesita ese tonelaje? Para ponerlo en contexto, el Su-34 ruso, que es más un bombardero táctico que un caza puro, tiene un peso bruto al despegue de 45 toneladas. Y aquí estamos hablando de un supuesto caza de superioridad aérea, con una masa comparable —o incluso superior— a la de un bombardero pesado.

Y no olvidemos los tres motores. Una decisión que ha generado tanto desconcierto como teorías. Algunos apuntan a la falta de empuje suficiente de los propulsores chinos más avanzados, como los WS-15, que, según datos disponibles, generan unos 16.000 kgf de empuje cada uno. En comparación, los motores del Su-34 —AL-31F-M1— entregan alrededor de 13.000 kgf. Sobre el papel, los WS-15 superan esa cifra. Pero claro, está el eterno talón de Aquiles de la ingeniería china: la fiabilidad.

Si el J-36 necesitara realmente tres motores para alcanzar su rendimiento esperado, algo no cuadra con la idea de un caza ágil y maniobrable. Con dos WS-15 debería poder despegar… pero no necesariamente combatir con la agilidad que exige el dogfight moderno. Y sin maniobrabilidad, ¿sigue siendo un caza? O estamos, tal vez, ante un nuevo tipo de plataforma, más cercana a un bombardero sigiloso, un lanzador de armas hipersónicas, o incluso un nodo aéreo de guerra electrónica o control de enjambres.

Lo cierto es que, por ahora, el J-36 no despeja las dudas. Las multiplica.
Y eso lo hace aún más intrigante.


La elección de tres motores en el diseño del J-36 no es un simple capricho de ingeniería. Es, en muchos sentidos, una anomalía en el mundo de la aviación de combate moderna, donde la eficiencia, la maniobrabilidad y la reducción de peso mandan. Pero China, una vez más, parece estar jugando con sus propias reglas.

Una posibilidad es que Chengdu esté apostando al desarrollo definitivo del WS-15, el motor de quinta generación chino que promete empuje suficiente para mantener vuelo supersónico sostenido y mejorar radicalmente la relación empuje-peso. Pero lo interesante aquí no es solo el empuje. La adición de un tercer motor podría tener objetivos mucho más ambiciosos.

Más allá de mover una estructura pesada, tres motores significan también una enorme generación de energía eléctrica. Y eso podría ser la clave. Porque un caza de sexta generación no solo debe volar: debe ver más, procesar más, comunicarse más y defenderse más. Sistemas de guerra electrónica avanzados, sensores multifrecuencia, radares AESA, enlaces de datos de alta capacidad, e incluso armamento defensivo de nueva generación —como láseres de alta energía (HEL) o microondas de alta potencia (HPM)— requieren una cantidad colosal de energía y refrigeración.

Visto así, la configuración del J-36 parece mucho menos una rareza y mucho más una pieza central del concepto chino de guerra aérea del futuro. Un sistema de combate aéreo en red, donde el J-36 no es solo un avión de combate, sino el cerebro aéreo que coordina enjambres de UAVs, guía misiles inteligentes, y opera de forma autónoma junto a otras aeronaves, tripuladas o no.

Incluso si su rol se limitara únicamente a actuar como nodo de mando y control, el J-36 necesitaría una capacidad de procesamiento de datos y transmisión en tiempo real sin precedentes. Eso implica potencia bruta, capacidad de enfriamiento, redundancia, y arquitectura electrónica avanzada. Porque controlar un enjambre aéreo no es simplemente cuestión de presionar botones: es gestionar inteligencia, amenazas, objetivos, y trayectorias múltiples en fracciones de segundo.

Por eso, uno o dos motores quizá serían suficientes para una plataforma especializada en tareas limitadas, como el despliegue de drones. Pero China parece querer más: que cada J-36 sea un centro de mando volador, un sistema multirole de largo alcance, capaz de operar por sí solo o en conjunto, y hacer todo eso con autonomía operativa y sostenida.

Y en ese camino, no se descarta que futuras versiones del J-36 estén propulsadas por motores de ciclo variable (VCE), una tecnología emergente que permite que las turbinas operen a velocidades distintas según la necesidad. Esto no solo mejora la eficiencia del combustible, sino que permite gestionar de forma más inteligente el flujo de energía a los distintos subsistemas electrónicos del avión.

Con un peso estimado al despegue de entre 50 y 60 toneladas, el J-36 se sitúa en un terreno poco habitual para un caza. Esa envergadura se traduce en una enorme capacidad interna de combustible y espacios generosos para armamento, lo que le da alcance estratégico y capacidad de carga pesada.

Pero aquí surge la pregunta inevitable: ¿sigue siendo esto un caza? Porque todo en el J-36 —su tamaño, sus motores, su misión, sus sistemas— apunta más bien a una nueva categoría híbrida, algo entre caza, bombardero, centro de mando y lanzador estratégico.

Tal vez no estamos viendo el futuro de los cazas…
Sino el nacimiento de otra cosa completamente distinta.



Por ahora, todo lo que sabemos sobre el alcance y la capacidad de carga del J-36 está cubierto por una neblina de especulación. Pero, incluso en ausencia de cifras oficiales, hay pistas suficientes para armar el rompecabezas.

El objetivo estratégico parece claro: cubrir la primera cadena de islas —Japón, Taiwán, Filipinas e Indonesia— sin depender del reabastecimiento en vuelo. Para ello, el J-36 debería contar con un alcance significativo, lo bastante amplio como para entrar y salir del espacio aéreo hostil con autonomía plena. Y si se incorpora armamento de largo alcance, como misiles de crucero o armas aire-superficie de precisión, el radio de acción se extendería hasta la segunda cadena de islas, abarcando buena parte del sudeste asiático.

En cuanto a su carga útil, se espera que el J-36 esté equipado con una bahía interna de grandes dimensiones, capaz de alojar una variada gama de municiones. Entre ellas, destacan los nuevos misiles aire-aire de ultra largo alcance, como el PL-17, con un alcance estimado de más de 300 kilómetros, además de bombas guiadas por precisión y misiles de crucero lanzados desde el aire.

Pero insistimos: el J-36 no debe entenderse como un caza convencional. Su papel está diseñado para ser el centro de gravedad de un ecosistema aéreo mucho más amplio, que incluiría enjambres de drones, algunos quizás del tamaño de pequeños cazas tripulados, integrados y controlados en tiempo real desde esta plataforma.

Y aquí es donde empiezan a surgir las teorías sobre su enigmático tercer motor.
Tres versiones. Tres formas de intentar entender el propósito de esa decisión poco ortodoxa.

Versión 1: el motor adicional es necesario para mover al gigante.
Con un peso estimado cercano a 60 toneladas, el J-36 requeriría un empuje considerable solo para maniobrar como lo haría un Su-35, uno de los cazas más ágiles de gran tamaño. Pero incluso así, la física es inflexible: la maniobrabilidad del J-36 es, como mínimo, cuestionable. Su tamaño, su masa y su configuración aerodinámica no apuntan a una plataforma diseñada para el combate cercano. Velocidad y alcance, tal vez. ¿Agilidad? Difícil.

Versión 2: el tercer motor es una fuente de energía, no de velocidad.
Más allá de la propulsión, este motor adicional podría estar diseñado para alimentar sistemas de alta demanda energética: radares de largo alcance, sensores múltiples, enlaces de datos de gran ancho de banda, sistemas de guerra electrónica, e incluso armas de energía dirigida como láseres o microondas, necesarias para defensa activa o control de drones en enjambre.

Esta hipótesis tiene lógica. El avión se convierte así en una plataforma de comando, un servidor aéreo en red con capacidades ofensivas y defensivas que trascienden el combate tradicional. Pero incluso esta versión tiene puntos débiles: la complejidad, la fiabilidad, el mantenimiento en combate… todo eso se multiplica con un motor adicional.

Y luego está la versión 3. La más atrevida. La más difícil de comprobar, pero imposible de descartar del todo: el tercer motor no es lo que parece.

Tal vez no sea un motor en el sentido clásico. Tal vez sea una cubierta para otro sistema, un contenedor modular, una bahía adicional camuflada, un emisor de energía, o incluso una plataforma de lanzamiento para drones miniaturizados o sistemas hipersónicos. En un avión diseñado para engañar radares y desinformar al enemigo, nada puede descartarse por completo.

Porque si algo queda claro con el J-36, es que no se trata simplemente de un caza más. Es una declaración estratégica envuelta en incógnitas técnicas. Un enigma de tres motores, dos alas y una función que, quizás, aún no entendemos del todo.



Y es en este punto donde todos se acomodan en sus asientos, tal vez con palomitas en mano, y la película realmente comienza. Porque sí: el tercer motor es un motor… pero no en el sentido tradicional. O al menos, no con la función que todos estamos esperando. Lo que estamos viendo hoy, esa estructura con tres salidas y líneas futuristas, podría no ser más que una ilusión funcional.

Vale la pena recordar que lo que se ha mostrado hasta ahora no es el modelo final. Es un prototipo, un banco de pruebas, un laboratorio volador. Una plataforma pensada para ensayar ideas, validar sistemas, jugar con límites. Lo que salga al otro lado del túnel de desarrollo podría parecerse… o podría ser algo radicalmente distinto.

Y luego está ese detalle que ha empezado a circular en algunos medios especializados: una tercera toma de aire supersónica, ubicada en la parte superior del fuselaje. Un elemento que no encaja del todo con la lógica de un diseño convencional, y que abre nuevas preguntas sobre lo que realmente alimenta ese supuesto tercer motor.

¿Qué es, entonces?
¿Una fuente de energía secundaria?
¿Una entrada para un sistema oculto de propulsión o refrigeración?
¿O simplemente un señuelo, una pieza colocada adrede para confundir a los observadores y analistas occidentales?

Nada puede descartarse. Porque si hay algo que China ha demostrado con el J-36, es que no está jugando bajo las reglas conocidas. Está diseñando algo más. Tal vez una nave polivalente. Tal vez una plataforma modular con funciones intercambiables. Tal vez un caza que no quiere parecerse a ningún caza.

Y ese supuesto tercer motor puede ser la clave o la cortina de humo.
Pero lo más intrigante es esto: el misterio, por ahora, parece completamente intencional.



Le planteé esta hipótesis a un veterano de VASO —un hombre con más de 32 años de experiencia en construcción aeronáutica— y su respuesta fue inmediata: “Es una idea más que interesante.” Según él, lo primero que llama la atención en el diseño del J-36 es el enorme espacio interno disponible. Los chinos, al parecer, tomaron la decisión desde el principio: construir una aeronave con volumen sobrado. Pero lo curioso no es eso. Lo curioso es cómo eligieron usarlo.

En teoría, si se tratara simplemente de alimentar un tercer motor convencional, habría sido mucho más sencillo rediseñar las dos tomas de aire principales, recalcular sus secciones transversales y desviar parte del flujo hacia el tercer motor. Fácil de calcular. Más simple de construir. Menos complicado en el taller.

Pero no. Los ingenieros chinos decidieron hacerlo a su manera. Y ahí es donde aparece la posibilidad más audaz de todas: ¿y si ese tercer motor no es un turborreactor, sino un motor cohete de propulsante líquido?

Parece ciencia ficción, pero no lo es.

El clásico par oxígeno-queroseno ha sido utilizado durante décadas en cohetes como la Soyuz-2 o el Falcon 9. Es un sistema probado, eficiente y relativamente seguro. El oxígeno líquido, aunque frío y volátil, es mucho menos peligroso que oxidantes como el flúor o el amilo. Además, este tipo de motor ofrece un impulso específico altísimo, del orden de los 3.500 m/s, algo que ningún turborreactor podría soñar alcanzar.

Claro que hay obstáculos. Para encender un motor cohete de estas características, se necesita un sistema de ignición externo que sincronice perfectamente el suministro de oxígeno y queroseno a la cámara de combustión. En los cohetes espaciales, se usan arrancadores eléctricos o químicos desechables. Pero en aviación, ya se está empezando a trabajar con encendidos por plasma, sistemas más complejos pero reutilizables, capaces de funcionar a cualquier altitud.

Y aquí entra en juego esa extraña toma de aire superior que tanto ha dado que hablar. Si no está diseñada para alimentar un turborreactor, podría servir como sistema auxiliar para iniciar la ignición del motor cohete, o incluso como parte del sistema de enfriamiento y ventilación interna para el almacenamiento de oxígeno líquido.

Las grandes dimensiones del J-36 no solo lo hacen ideal para transportar más combustible o armamento: también permiten instalar tanques criogénicos de oxígeno líquido dentro del fuselaje, sin comprometer el centro de gravedad ni la distribución estructural. Y como en los motores cohete el oxígeno se bombea hacia la cámara de combustión, no se necesitan tanques de presión excesiva ni paredes ultra reforzadas.

¿El resultado? Un avión con dos motores turborreactores y uno cohete. Una bestia híbrida capaz de funcionar como una aeronave convencional… hasta que necesite un impulso brutal en altitud, velocidad o energía, y entonces active su carta oculta.

Es una idea radical. Pero el J-36, desde el principio, no ha seguido ninguna regla convencional.
Y si la especulación acierta, podríamos estar ante el primer caza-cohete táctico del siglo XXI.




Cualquier persona normal se preguntaría: ¿para qué necesita una cabra un acordeón si ya está alegre? Y para alegrarla aún más.


Los propios desarrolladores chinos no han sido tímidos al describir el J-36: lo han presentado como un prototipo capaz de atravesar cualquier defensa y golpear donde más duele. Una afirmación audaz. Pero que, inevitablemente, lleva a una pregunta fundamental:
¿Cómo se atraviesa una defensa aérea moderna?

La respuesta, en realidad, no ofrece muchas opciones. Y cada una de ellas tiene sus propios límites —teóricos, prácticos o simplemente físicos.

La primera posibilidad es la más popular en la doctrina moderna: la invisibilidad ante el radar. El santo grial de la guerra aérea del siglo XXI. Utilizando diseño furtivo, materiales absorbentes, formas anguladas. El problema es que, con cada año que pasa, la eficacia de esta teoría es más discutida. Porque, a fin de cuentas, la baja observabilidad no significa invisibilidad, y lo que antes era tecnología de vanguardia, hoy empieza a enfrentarse a radares de banda múltiple, algoritmos adaptativos y sensores pasivos. ¿Funciona? A veces. ¿Garantiza atravesar "cualquier defensa"? Muy dudoso.

La segunda opción es más atrevida y, en ciertos contextos, muy efectiva: volar por debajo del radar. Literalmente. Rozando el terreno, aprovechando pliegues del paisaje y obstáculos naturales para esconderse del haz del radar. Lo vemos hoy en Ucrania, con drones y misiles de crucero deslizándose entre colinas y bosques. Pero esto, llevado a un avión del tamaño y peso del J-36 —un ala de 15 toneladas danzando a 50 metros sobre el suelo— es otra historia.
Aquí la física se impone: la inercia, el volumen, el margen de error. Tarde o temprano, un giro mal calculado termina en impacto. Y un sistema tan complejo no puede arriesgarse a un simple bache en el terreno.

Entonces queda una tercera opción. La menos explorada. La más radical:
no esquivar la defensa aérea, sino sobrevolarla completamente.
Romper el tablero y jugar desde otro plano.

Estamos hablando de operar a altitudes estratosféricas, 50, 60 kilómetros, quizás más. Por encima de todos los “paraguas” conocidos de defensa aérea. Y aquí, los números hablan por sí solos.

Tomemos el S-400 ruso, uno de los sistemas de defensa más avanzados del planeta. Su misil más potente, el 40N6E, tiene un techo de interceptación de 30 kilómetros.
El sistema Patriot estadounidense, tan temido como extendido, no supera los 20 kilómetros.
Y aunque Estados Unidos dispone de sistemas navales como el Standard Missile, incluso su versión avanzada, el SM-6, se queda en 33 km de altitud máxima.

Solo una excepción sobresale en este mapa de cifras: el SM-3, un interceptor diseñado no para el combate aéreo convencional, sino para interceptar misiles balísticos en la estratósfera. Un misil cinético, más cercano a un proyectil espacial que a una defensa aérea tradicional.

¿Y si el J-36, con su motor adicional y diseño masivo, no está pensado para evadir… sino para volar más alto que nadie?

Una plataforma que se eleva por encima del alcance de los radares, de los misiles, del ruido del combate.
Un atacante desde las alturas, descendiendo como un cometa en el momento preciso.
Un avión que, literalmente, vuela por fuera de las reglas.



En resumen, estamos hablando de un misil capaz de volar a altísimas altitudes y velocidades extremas. El SM-3, misil interceptor de tres etapas, puede alcanzar hasta 250 km de altitud y guía su trayectoria mediante un buscador infrarrojo, lo que lo convierte en una plataforma de intercepción extremadamente sofisticada. Pero también tiene sus límites.

Porque el SM-3 fue diseñado con una misión muy concreta: destruir objetos que no maniobran, como la ojiva de un misil balístico o incluso un satélite en órbita baja. Objetivos que siguen una trayectoria perfectamente predecible. Y aquí está el problema: nadie sabe cómo respondería este misil frente a un objetivo que maniobra activamente. Las pruebas necesarias para comprobarlo simplemente no se han realizado.

Además, Estados Unidos no tiene muchos misiles de este tipo. Son caros —muy caros—: cada unidad cuesta entre 18 y 24 millones de dólares, según su variante. Y por eso se emplean con cuenta gotas, solo en escenarios de máxima prioridad estratégica.

Así que si el escenario es un avión que opera a 50 o 60 kilómetros de altitud, justo donde la atmósfera aún permite cierto uso aerodinámico, pero muy por encima del alcance de casi todas las defensas, las posibilidades de interceptarlo son mínimas. Si además lleva un motor cohete, y no depende de oxígeno ambiental, puede alcanzar esa altitud con relativa facilidad.

Y no hablamos de un ataque a territorio continental. Porque China no necesita ni pretende atacar el territorio estadounidense. Lo que le preocupa está más cerca.
Hablamos del Océano Pacífico. De Taiwán. Y de los grupos de ataque de portaaviones (AUG) estadounidenses que se aproximan para defenderlo.

Ahí es donde este tipo de aeronave —una plataforma estratosférica armada, rápida y precisa— entra en juego.

Porque lanzar un misil balístico contra un AUG es una solución limitada. Sí, su ojiva es veloz, difícil de interceptar, pero poco precisa. Por diseño, su guiado final es tosco, y cualquier corrección de trayectoria es difícil debido a la alta velocidad de descenso y la resistencia atmosférica. La física pone sus reglas, y la precisión (CEP) se resiente seriamente.

En cambio, un avión de gran altitud puede detectar, rastrear y elegir su objetivo en tiempo real. Puede lanzar bombas guiadas o cohetes desde 50 km de altitud, sin entrar jamás en el alcance efectivo de los sistemas de defensa aérea de los buques.

Pensemos en eso: una bomba guiada, con bajo perfil radar, lanzada desde el borde de la estratósfera. Su caída sería limpia, rápida, difícil de interceptar, con un perfil térmico reducido. No es un proyectil que desciende como un meteorito desde el espacio, sino algo más controlado, más inteligente. Y si hablamos de municiones pequeñas y sigilosas, el radar del AUG tendrá problemas para verlas llegar… y más aún para detenerlas.

¿Imposible? Tal vez no tanto.
Basta recordar al mayor Bernhard Jope, que el 9 de septiembre de 1943, a bordo de un bombardero alemán, lanzó dos bombas guiadas Fritz X sobre el acorazado Roma de la marina italiana. Dos impactos. Un buque insignia hundido. Una lección temprana de lo que puede hacer un ataque guiado, preciso y desde arriba.

Hoy, casi un siglo después, la historia podría repetirse. Solo que esta vez, a 50 kilómetros de altitud, y con una tecnología que ni siquiera soñaban en 1943.

Un avión cohete estratosférico, armado con bombas guiadas o cohetes precisos, no es ciencia ficción. Es una respuesta táctica elegante y brutal para un problema real: cómo romper un grupo de combate naval sin entrar en su alcance.
Y si el J-36 apunta en esa dirección, no es solo un caza más.
Es un cambio de paradigma.




Dos bombas con un peso de 1.570 kg enviaron al fondo el nuevo acorazado con un desplazamiento de 46 toneladas.


No es difícil predecir lo que dos bombas de este tipo harán a un barco moderno, que prácticamente no tiene blindaje en comparación con los barcos de la Segunda Guerra Mundial.


Un avión cohete como el J-36 tiene una ventaja que cambia las reglas del juego: es reutilizable.
A diferencia de un misil balístico o de crucero, que es por definición un sistema de un solo uso —un billete de ida sin retorno—, un avión puede adaptarse. Puede cambiar de objetivo sobre la marcha, puede retirarse si la situación cambia, puede esperar el momento adecuado para atacar. Y si es pilotado —ya sea por un humano o por una IA autónoma avanzada—, tomará decisiones mucho más complejas que las de cualquier computadora a bordo de un proyectil.

Un misil, por su parte, solo tiene una opción: ser disparado y seguir su trayectoria. Sin corrección. Sin repliegue. Sin margen de maniobra táctica. Solo avanzar… o autodestruirse.

Y cuando hablamos de costos, el panorama es revelador.
Un misil balístico Bulava cuesta alrededor de 10 millones de dólares.
Un Iskander, unos 3 millones.
Incluso un misil de crucero Kalibr ronda el medio millón.
En cambio, una bomba guiada por láser o por satélite, lanzada desde gran altura y con precisión quirúrgica, cuesta una fracción de eso. Y en condiciones ideales, puede ser igual o más efectiva, sobre todo cuando el blanco es móvil y las circunstancias cambian en segundos.

Pero eso no es todo. Las bodegas del J-36 podrían no estar llenas de bombas o misiles. Podrían estar cargadas de drones asesinos. Vehículos autónomos de ataque, lanzables desde la estratósfera, capaces de dispersarse en formación, saturar sensores enemigos, confundir defensas y golpear desde múltiples ángulos. Y si hay un país con los medios para hacerlo, es China. El desarrollo de drones en enjambre, algoritmos de control distribuido y miniaturización armada está muy avanzado en sus laboratorios.

¿Controversial? Tal vez.
¿Audaz? Sin duda.
Pero todo concepto revolucionario comienza con una idea que desafía lo conocido.

El J-36 no es todavía una realidad consolidada. Es un prototipo, una visión, una pieza de ingeniería especulativa que apunta hacia lo que China imagina como el avión de ataque del futuro. Y como dice el proverbio chino:
“El viaje de mil millas comienza con el primer paso.”
Este podría ser ese paso.

La teoría puede parecer atrevida, pero no por eso carece de fundamento.
Y como ocurre siempre con los nuevos desarrollos militares chinos de alto perfil, las imágenes y los vídeos aumentarán. Veremos al J-36 rodar, despegar, maniobrar, tal vez entrenar. Poco a poco, el rompecabezas irá tomando forma, y con él, las respuestas a muchas de las preguntas que hoy solo podemos plantear.

Pero una cosa ya es clara:
China no está imitando el pasado. Está diseñando su propia versión del futuro.


miércoles, 11 de junio de 2025

Motor nuclear: General Electric HTRE-3

 

Motor a reacción nuclear General Electric HTRE-3

Richard Hargreaves-Miller || Plane Historia



En 1951, el ejército de EE. UU. lanzó un programa para desarrollar un avión propulsado por energía nuclear, capaz teóricamente de volar indefinidamente sin repostar. El concepto innovador consistía en motores a reacción calentados no por combustión química, sino por un reactor nuclear de altísima temperatura.

Este ambicioso programa involucró a instituciones de todo el país, como el Oak Ridge National Laboratory (ORNL), que trabajaba en reactores de combustible líquido, y el National Reactor Testing Station (NRTS, hoy Idaho National Lab), donde se experimentaba con reactores de combustible sólido refrigerados por aire.

Las pruebas en Idaho, conocidas como Heat Transfer Reactor Experiments (HTRE), se desarrollaron en tres versiones: HTRE-1, HTRE-2 (una versión reconfigurada del primero) y HTRE-3, que fue un diseño completamente nuevo. Estas pruebas fueron esenciales para evaluar la viabilidad de usar reactores nucleares para impulsar motores a reacción.

Contexto

Tras presenciar el poder del átomo en Hiroshima y Nagasaki, EE. UU. buscó aplicaciones tanto pacíficas como militares de la energía nuclear. Una motivación clave era lograr una capacidad estratégica de bombardeo de largo alcance, vital para mantener la influencia militar global.

En 1946, la Fuerza Aérea y la Comisión de Energía Atómica (AEC) lanzaron el programa ANP (Aircraft Nuclear Propulsion), con el objetivo de desarrollar bombarderos nucleares capaces de permanecer en el aire durante semanas, funcionando como disuasión contra la Unión Soviética. Además de las ventajas estratégicas, se buscaba superar las limitaciones de alcance de los bombarderos tradicionales, dependientes del combustible y el repostaje frecuente.

Desarrollo de la serie HTRE

General Electric lideró el desarrollo de la serie HTRE, enfrentando desafíos como la integración segura del reactor en los sistemas de propulsión.

El HTRE-1 fue la primera prueba para evaluar la viabilidad básica de calentar aire con un reactor nuclear. Después de obtener datos iniciales, el HTRE-2 introdujo mejoras en el diseño del reactor, la gestión del calor y los materiales, además de soluciones avanzadas de blindaje contra radiación.

Finalmente, el HTRE-3 representó el esfuerzo más avanzado, integrando un reactor compacto y eficiente con un motor turbojet modificado General Electric J47. Este motor usaba un ciclo directo: el aire pasaba a través del núcleo del reactor, se calentaba mediante fisión nuclear y se expulsaba para generar empuje, eliminando la necesidad de combustión convencional.

El diseño incorporaba sofisticados sistemas de blindaje para proteger a la tripulación de rayos gamma y neutrones, usando materiales como plomo, parafina y compuestos de boro. Además, incluía avanzados sistemas térmicos para disipar el exceso de calor no convertido en empuje, evitando daños al motor y la aeronave.

Pruebas

Las pruebas del HTRE-3 se realizaron principalmente en el National Reactor Testing Station en Idaho, donde se evaluó la capacidad del reactor para calentar aire a las temperaturas necesarias para generar empuje. Se midieron niveles de radiación, rendimiento térmico y comportamiento estructural bajo condiciones de calor extremo y radiación.


HTRE-2, a la izquierda, y HTRE-3, a la derecha, en exhibición en las instalaciones del Experimental Breeder Reactor I.

Si bien las pruebas demostraron que el concepto de propulsión nuclear directa era técnicamente viable, surgieron importantes desafíos: el enorme peso del reactor y su blindaje afectaba el rendimiento del avión, y la complejidad de operar un reactor en vuelo planteaba riesgos operativos significativos.


El sistema de transferencia de calor siendo cargado en la bodega de bombas del Convair NB-36H.

Cancelación del programa

A pesar del fuerte apoyo militar y de décadas de inversión (casi mil millones de dólares), el programa fue cancelado el 26 de marzo de 1961 por el presidente Kennedy. Las razones incluyeron los altísimos costos, la falta de un reactor apto para vuelo y, sobre todo, el surgimiento de misiles balísticos intercontinentales, que redujeron drásticamente la necesidad estratégica de bombarderos nucleares.


Edificio del Aircraft Reactor Experiment en el Oak Ridge National Laboratory.

Sin embargo, los conocimientos obtenidos inspiraron nuevos proyectos, como el Molten-Salt Reactor Experiment (MSRE), dirigido por ORNL, que exploró el uso civil de la tecnología de reactores de sal fundida.


Convair X-6, un proyecto experimental propuesto para desarrollar y evaluar un avión a reacción propulsado por energía nuclear, diseñado para ser impulsado por 4 turborreactores nucleares J53 y 6 hélices.