Clásicos
Piloto sin piernas
por Horacio Rodríguez
El 14 de diciembre de 1932 Douglas Bader despegó en un biplano Bristol Bulldog desde el aeródromo de Woodley y describió un giro pronunciado con la intención de hacer una pasada rasante sobre la pista. Se había negado dos veces a demostrar sus habilidades acrobáticas porque no quería “pavonearse”, pero justo antes de despegar alguien observó cínicamente que estaba “un poco ventoso”. Bader tomó esas palabras como un desafío.
El Bulldog saltó rugiendo el cerco del campo y comenzó un lento tonel hacia la derecha. Con sólo 22 años, Bader se había revelado como un aviador intrépido, gozaba de cierta fama dentro y fuera de la Royal Air Force, y hacía unos pocos días se había lucido en la exhibición de acrobacia de Hendon. Su talento en el aire y su temperamento rebosante de vitalidad, lo habían convertido en el líder natural de sus pares. Sin embargo, sus superiores habían advertido que Bader se acercaba peligrosamente a esa etapa de confianza excesiva por la que atraviesan los jóvenes pilotos después de uno o dos años de vuelos continuos.
A pocos metros del suelo, el Bulldog ya giraba sobre su eje a más de 250 km/h. Bader controlaba el aparato con precisión: leve presión en el timón para mantener la nariz alta, progresiva potencia para que el motor no se detenga. Entonces un ala toca el suelo y el biplano se estrella de lleno sobre el campo deshaciéndose en un instante.
Milagrosamente Bader sobrevive. Para salvarlo deben amputarle una pierna por arriba de la rodilla y la otra por debajo. Todos los que lo conocen piensan que en esas condiciones la muerte es lo mejor que Bader puede esperar.
Nueve años después, el 9 de Agosto de 1941, un Spitfire solitario se abalanza a 700 km/h sobre seis Messerschmitt 109. El primero al que dispara se enciende como un fósforo y cae. De inmediato el caza inglés coloca a otro alemán en el colimador: los proyectiles arrancan grandes trozos de fuselaje del 109 que lanza enormes volutas de humo blanco al tiempo que entra en un tirabuzón descontrolado. El Spitfire gira violentamente a la derecha evitando las ráfagas de dos 109 que ya tiene en la cola. Los otros dos cazas alemanes están ahora enfrente suyo y el piloto inglés decide no desviarse y pasar entre ambos. Entonces algo lo alcanza: un impacto violento lo aturde, el Spitfire cabecea y parece detenerse en seco apuntando derecho hacia abajo. El piloto tira la palanca hacia atrás y la siente caer laxa sobre su estómago, no tiene comandos. Mira hacia atrás y descubre que su avión termina justo detrás de la cabina: fuselaje, cola, plano de deriva, todo ha desaparecido. Sin duda uno de los 109 chocó con él rebanándole el fuselaje con la hélice.
Todavía aturdido, el piloto ve caer rápidamente la aguja del altímetro desde 6.000 metros de altura. Sabe que está cayendo a velocidad increíble pero no reacciona. Entonces, un borbotón de pánico y una sola idea: hay que salir de ahí. Se desprende los correajes, abre el techo de la cabina y un viento furioso lo golpea. Forcejea para sacar la cabeza por encima del parabrisas y de pronto es tragado por un huracán que lo expulsa hacia afuera, pero un pie queda enganchado en la cabina y lo retiene al caza destrozado que cae enloquecidamente a tierra. El viento azota al piloto desamparado y lo golpea frenéticamente contra lo que queda del fuselaje. El pie atascado lo arrastra indefectiblemente a una muerte segura, pero entonces la pierna se desprende del cuerpo y piloto y avión se separan. El paracaídas se abre. El hombre queda suspendido en el aire con una sola pierna inerte.
Douglas Bader cayó en el norte de Francia, fue tomado prisionero y llevado a un hospital. Sus piernas artificiales fueron acondicionadas por los alemanes y pocos días después fue visitado por el Oberstleunant Adolf Galland, as de la Luftwaffe que contaba con más de 70 victorias. Galland quería conocer a ese hombre que no sólo había vuelto a volar, sino que durante la batalla de Inglaterra se había convertido en uno de los ases británicos derribando 22 aviones en muy poco tiempo. La caballerosidad de otros tiempos impregnó el encuentro entre los dos guerreros del aire, y Galland invitó a Bader a conocer un Messerschmitt 109. El piloto inglés pudo sentarse en la cabina del eterno rival del Spitfire y Galland le fue señalando los diversos dispositivos del avión. Bader seguía las explicaciones entre fascinado y ausente: evaluaba la posibilidad de encender el contacto y acelerar para un despegue temerario. Después de la desazón de la captura un nuevo desafío se imponía: escapar.
En Piloto Sin Piernas Paul Brickhill relata apasionadamente la historia de Douglas Bader, y más que un libro de aviación, es un conmovedor testimonio de lo que puede la fuerza de voluntad de un hombre. Bader nunca se compadeció de sí mismo y jamás se lamentó de aquel día en que se accidentó. Sobrellevó animoso su suerte y tomó su “discapacidad” como un desafío constante: con sus nuevas piernas metálicas cruzar la calle se convirtió en una especie de aventura, más tarde aprendería a manejar un auto, después a jugar al golf y al tenis. Por fin un día volvió a subirse a un avión.
Por su valor y destreza al pelear en el aire contra el enemigo, Douglas Bader recibió de la RAF la Cruz de Vuelo Distinguido y la Orden de Servicio Distinguido. También fue honrado por la Francia Libre con la Cruz de Guerra y la medalla de La Legión de Honor. Después de la guerra, Bader visitó cientos de hospitales de veteranos dándoles a los lisiados algo que ni el más sabio de los médicos podía darles. Recién en 1976 la reina Elizabeth lo condecoró por sus servicios a los inválidos: su ejemplo beneficiaba al Hombre mucho más que sus hazañas en combate. Fue una forma de reconocimiento a su incesante lucha cotidiana que con entereza y determinación mostró a la humanidad nuevos horizontes de coraje.
Revista Aeroespacio 541 May/Jun 2001
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