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miércoles, 1 de mayo de 2024

Ases argentinos: Bernardo De Larminat, de Neuquén a enfrentar al Afrika Korps

El gaucho que combatió a los nazis. Creció en Neuquén, se hizo piloto de cazas y fue “as del aire” en la Segunda Guerra Mundial


Por: Claudio Meunier
Diario La Nación



La estirpe de un piloto de caza en el desierto, simbolizada en esta reconocida tomada a De Larminat para la propaganda aliada. (Archivo Claudio Meunier).


En la interminable espera, Bernardo De Larminat, busca sus cigarrillos. Sus dedos palpan un sobre, recuerda que debe abrirlo y leerlo. Lo extrae con su mano temblorosa, aún no se recupera por completo de su primer ataque de Malaria que ha sumido días atrás, su cuerpo, en un denso sopor de fiebre.
Abre el sobre y, con su boca, sostiene una pequeña linterna encendida. El mensaje, fechado el 25 de agosto en Londres, proviene del Consulado General Argentino. Lo invitan a continuar su trámite de prórroga al servicio militar obligatorio en Argentina. Ríe en voz alta, sus compañeros lo observan, no entienden qué le ocurre. Él sabe que en días u horas podría estar muerto. La vida de un piloto de combate en el desierto es breve, demasiado breve. Pero, adelantamos el final de la historia, Bernardo no morirá (tampoco realizará su servicio militar en Argentina).

 

Nota del Consulado Argentino en Londres emitida el 25 de agosto de 1942 que arribo a Egipto poco antes de comenzar la segunda batalla de El Alamein contra las fuerzas alemanas en octubre de 1942. (Archivo Claudio Meunier).


Nacido un 25 de diciembre de 1920 en Buenos Aires, Capital Federal, fue bautizado Bernardo Noel Marie De Larminat. Es hijo de Santiago De Larminat, un francés, pionero del desarrollo patagónico a comienzos del siglo XX.
Bernardo transita su niñez en la lejana Estancia Cerro Los Pinos, hogar de la familia, un paradisíaco terreno en la geografía de la provincia de Neuquén. Su vida, signada por la actividad rural lo mantiene alejado de cualquier contacto con la civilización. Y, menos aún, con la aviación.
La Segunda Guerra Mundial lo motiva. Principios de otros tiempos: hidalguía, representar a Francia mediante su voluntariado y la defensa de la democracia, por nuestro país, Argentina.
Decidido a convertirse en voluntario, intenta unirse a los argentinos que convergen hacia un campo de entrenamiento en Canadá donde se aglutinan los “Franceses Libres” del General De Gaulle.
Sin embargo, el buque de pasajeros que lo transporta alberga a otro grupo de argentinos idealistas con los cuales traba amistad y ellos, también van a la guerra a Canadá, pero con otro rumbo, a una escuela de vuelo.
El objetivo unánime del grupo es lograr el brevet y convertirse en aviadores de combate canadienses. Bernardo se une a la iniciativa y por primera vez en su vida piensa en algo que nunca ha prestado atención: volar.
Un diario de Toronto informa sobre los voluntarios argentinos que se suman al ejército canadiense para combatir en la Segunda Guerra Mundial
Aceptado en la Real Fuerza Aérea de Canadá, debe iniciar su instrucción de vuelo. Entonces descubre un escollo que no ha previsto, que le cierra el paso: no habla inglés. Pero su falta de conocimientos en el idioma le salvará la vida.
Mientras sus compañeros argentinos de raigambre británica avanzan con facilidad, Bernardo es enviado a tomar conocimientos básicos del inglés. Para su decepción, mientras se inicia como cadete de aviación, sus compañeros reciben sus alas de aviadores de combate y son enviados al teatro de guerra europeo.
Bernardo recién recibe sus alas de aviador el 6 de diciembre de 1941, unos meses más tarde que sus compañeros. Su instructor le sugiere:
-De Larminat, muy buen esfuerzo. No vaya a los bombarderos, sus compañeros argentinos han muerto casi todos en operaciones. No se haga matar, usted sabe qué hacer para evitarlo.
Los mejores promedios de cada promoción gozan de un beneficio único: pueden escoger la especialidad que quieren desarrollar. Volar cazas o bombarderos. Lo curioso es que la gran mayoría de las solicitudes son denegadas o reciben una respuesta contraria. Bernardo, que fue un cadete destacado, pone a prueba su suerte: solicita volar bombarderos. La respuesta no lo sorprende: su pretensión es rechazada y lo envían a entrenar como piloto de caza. La treta funciona.


Bernardo de Larminat nació en Capital Federal, pero fue criado en Neuquén. Participó en más de 300 combates, primero junto a la aviación canadiense y después con los “Franceses Libres” de De Gaulle


Despegue del Capitán De Larminat en un Spitfire Mk. VIII durante 1944 cuando era Jefe de Escuadrilla interino del escuadrón 417. (Archivo Claudio Meunier).


El 7 de diciembre de 1941, un día después de obtener sus alas, Bernardo es sacudido por una noticia que llega a través de la radio: la aviación japonesa consuma un ataque masivo sobre la flota americana amarrada en Pearl Harbour. Escucha el discurso del Presidente Roosevelt en el que declara la guerra a los totalitarios de Europa.
Bernardo se convierte en piloto de caza a sus 21 años y vuela uno de los aviones más avanzados de su época, el último grito de la tecnología, el mítico Spitfire. Dos años más tarde, después de recalar en distintas escuelas de vuelo perfeccionándose en combate aéreo, se moviliza primero a Europa y más tarde al norte de Àfrica. El 19 de abril de 1943, siendo un veterano del aire, algún milagro obra sobre él y esquiva su primer encuentro con la muerte (eterna y silenciosa compañera, lo acechará hasta el final de la contienda). Durante un vuelo de patrulla, su jefe de escuadrilla brama por la radio en un solo alarido.
-¡Media vuelta a la izquierda, cazas alemanes!
Bernardo responde a un instinto -mil veces ensayado- y realiza un violento viraje. Evade la lluvia de disparos que caen desde lo alto. Su compañero, que vuela delante suyo, no corre su misma suerte y cae derribado. Atrapado en su Spitfire. Bernardo observa a su alrededor, ha quedado solo, rodeado por al menos veinticinco cazas enemigos. Busca desesperado a sus camaradas, pero se han esfumado en el cielo. Los cazas alemanes ocupan su mundo: están abajo, arriba, por todos lados. Tira sobre uno de ellos y erra. Ataca a otro sin resultados. Son tantos, que puede elegir. Abre fuego sobre varios que corren rápido delante de su mira e impacta a uno de ellos.
Prácticamente al mismo tiempo, una fuerte explosión sacude su Spitfire. Siente un latigazo en su pierna izquierda que le arranca su pie en los pedales de control. Sí, ha sido alcanzado.


Bernardo De Larminat a bordo de su Spitfire realizando una patrulla sobre el desierto de Túnez. (Archivo Claudio Meunier).

Está rodeado, sobre territorio enemigo. Vuela cercado por cazas Messerchmitt 109, un avión que en manos de un buen piloto significa la muerte segura. Encerrado en una jaula invisible, Bernardo cree transitar sus últimos segundos de vida. Aprovecha la oportunidad, sabe que si disparan sobre su avión es probable que se impacten entre ellos. El capitán Gerhard Michalski, líder del grupo alemán, se da cuenta del desorden y de cómo el Spitfire se aprovecha de ellos en esos momentos. Ordena a unos pocos volar detrás del solitario Bernardo para derribarlo.
Pero el piloto argentino intenta su última maniobra antes de morir: simula perder el control de su Spitfire y se lanza en una alocada maniobra de espiral descendente. Michalski y sus pilotos observan la caída del avión que se sumerge entre unas nubes y luego desaparece. Bernardo emerge debajo de las nubes solo para sumar más desgracias a los hechos y retoma el control de su avión justo a tiempo, antes de morir incrustado contra una loma a la cual pasa rozando. Escapa a baja altura, alcanza la costa, sigue por las llanuras de Túnez, divisa un avión, es un bombardero alemán Stuka que realiza un vuelo de entrenamiento. Abre fuego y continúa sin poder ver qué le sucede a su adversario. Vuela a baja altura, las baterías antiaéreas del aeródromo enemigo cercano le disparan, también quieren acabar con su vida.
Bernardo logra arribar a la base, Goubrine, al sudoeste de Túnez, donde lo reciben sus mecánicos. Al detener el motor, escucha varios alaridos, los gritos se multiplican y crece su alarma. El tanque de nafta, que está ubicado delante la cabina, presenta un enorme orificio. De haber explotado, lo hubiera convertido en una masa de llamas. Tiene otro impacto sobre el motor, un tiro directo que lo hubiera hecho volar por el aire. Pero De Larminat, portador de la buena estrella del destino, evade la muerte.


Bernardo Noel Marie De Larminat a bordo de su Spitfire Mk.Vc mientras era piloto del escuadrón canadiense 417 que opero contra las fuerzas del Afrika Korps. (Archivo Claudio Meunier)


A sus 23 años, asciende a Jefe de escuadrilla. Guía al combate al selecto grupo de pilotos canadienses que apoyan con sus vuelos el avance del Octavo Ejército Británico. La muerte lo sigue y casi lo alcanza en 1944.
Todo concluye abruptamente cuando el motor de su Spitfire se detiene sobre el mar Adriático. Debe saltar en paracaídas, lo que traerá consecuencias para su físico. Al abrirse el paracaídas, su brazo se enreda y le provoca heridas de consideración. Cae en el agua. Por un momento, no consigue desabrochar su paracaídas, que comienza a arrastrarlo hacia las profundidades. Finalmente logra desprenderse y nada con un solo brazo. Un avión de rescate va en su búsqueda y todo concluye en un hospital, con un yeso. Durante su recuperación, recibe una mala noticia: los canadienses han decidido separarlo de las operaciones.
-Es suficiente, De Larminat: usted ha cumplido 300 misiones de combate. Puede volver a su hogar en Argentina o servir como instructor de vuelo en Canadá.
Rápido de reflejos, solicita la baja en la Fuerza Aérea Canadiense y, apelando a su origen francés, se enrola en la aviación francesa libre del General De Gaulle.
-Muy bien, De Larminat, dígame... ¿Qué puedo hacer por usted?, lo interroga el General Vallin, director de la Fuerza Aérea Francesa libre.
-Quiero volver a realizar misiones de combate, contesta Bernardo.
Vallin observa la intachable foja del guerrero argentino. Su experiencia en misiones de bombardeo en picada, sus tres derribos confirmados y otros dañados no lo hacen dudar a Vallin.
-Muy bien, De Larminat. Usted será Jefe de Escuadrilla y deberá operar en el avance sobre los Países Bajos contra los alemanes, responde Vallin.
Bernardo, entusiasmado por la respuesta, solicita unos días de licencia antes de unirse a su nuevo escuadrón, pues tiene un trámite que cumplir. El pedido es concedido.
Se presenta en el Consulado Argentino en Londres ataviado con el traje de salida de aviador para continuar con la prórroga al Servicio Militar Obligatorio en Argentina. El funcionario, avergonzado al observar sus tiras de capitán, lo invita un café y le sugiere:
-Por favor, olvídese del tema, hay varios casos, como el suyo, esto tendrá alguna solución.
Bernardo vuela como Jefe de Escuadrilla en el selecto escuadrón francés 341 compuesto por pilotos de su misma veteranía. Algunos de sus compañeros vuelan como él, sin interrupción, desde 1942. En esa misma unidad revistó el famoso voluntario franco brasilero y as de los cielos Pierre Clostermann. Bernardo será quien los guíe al combate. La muerte lo persigue y el 1 de abril de 1945 le tiende una nueva trampa. Pero De Larminat sabe lidiar con ella y, una vez más, la evade.
Luego de atacar un tren alemán detrás de las líneas enemigas, con fuego de cañón y bombas, los proyectiles antiaéreos nazis alcanzan el motor de su Spitfire que, averiado, se detiene. Bernardo sabe que no podrá volver a su base y que caerá tras de las líneas enemigas. Realiza un aterrizaje de emergencia con ruedas adentro. El caza se desliza sobre unos surcos, se lleva por delante un cerco, vuelan unos postes y, finalmente, su avión se detiene. Abre la cúpula de la cabina, se desabrocha los correajes y escapa del avión. Desecha su salvavidas amarillo que lo hace visible y desiste de incendiar el avión, como indica el protocolo, pues no quiere llamar la atención.


1954. Bernardo De Larminat en su medio natural, el campo y la Patagonia junto a su perro y un apero detrás suyo. (Archivo Claudio Meunier).


Algunos tiros pasan encima de su cabeza. Son los alemanes que disparan y convergen hacia él desde un bosque vecino. Bernardo corre hacia un zanjón lleno de agua, cruza un cerco de espinos y, cubierto de barro, llega a una casa solicitando auxilio. Una joven lo atiende, le contesta en perfecto inglés:
-Lo siento mucho, no lo puedo ayudar. Estoy sola.
Continúa su escape perseguido por el eco de la batalla. Se dirige hacia un bosque de pinos, donde se esconde. Divisa barriles de nafta escondidos entre los árboles y se altera. ¿Qué hace eso ahí? Observa con detenimiento, descubre tropas alemanas ocupando los anillos del bosque. Resuelve esconderse muy cerca de ellos. Jamás pensarán que un evadido al cual buscan, está a metros de su improvisado destacamento.
Bernardo, que en ese momento cuenta con 320 misiones de guerra piensa:
-Qué estupidez es haber llegado hasta acá para morir en tierra y aislado, sin que mis padres sepan que me ha ocurrido.
Permanece escondido en una cueva, cubierto con vegetación. Aguarda la noche para escapar al amparo de la oscuridad. Cuando emerge de su escondite, descubre que sus piernas están completamente dormidas y apenas le permiten mantenerse en pie. Si es descubierto, es hombre muerto.
Miembros de la resistencia holandesa lo descubren y lo evacúan. Vestido con overol de mecánico y una gorra vieja, camina por las calles rurales hasta llegar a un refugio donde quedará a resguardo, junto a otros aviadores aliados derribados y un marino alemán que ha desertado de la guerra. Días más tarde, a bordo de una bicicleta, simulando ser un poblador local, Bernardo cruza a tropas alemanas que se retiran de la batalla. Los soldados fatigados le hacen señas para que se detenga, le solicitan cigarrillos. Bernardo, con naturalidad, les habla en francés y les convida cigarrillos. Los saluda y continúa su camino hacia las líneas aliadas.
Guiado por la resistencia hacia un regimiento canadiense, es recibido con alegría. A pesar de sus protestas insistentes, le cortan de pelo, lo someten a fumigaciones frenéticas, le inoculan vacunas contra piojos y lo obligan a tomar una buena ducha para disipar la adrenalina en su cuerpo, luego de seis intensos días como evadido en territorio enemigo. En el campo aéreo de su escuadrilla hay festejos a su regreso. El capitán Andrieux le ordena tomar una licencia de vacaciones en Paris. Bernardo se niega. Solicita unirse a las operaciones de inmediato. Un día más tarde, encabeza nuevos ataques junto a su escuadrilla sobre el frente alemán.
No muy lejos de ese frente, su hermano Andrés -voluntario argentino al servicio de la Francia Libre- combate como tripulante de un tanque Sherman a las órdenes del General Leclerc. Al igual que a Bernardo, la buena estrella del destino lo convierte en un veterano sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial.
Al capitular Alemania, el capitán Bernardo De Larminat recibe todo tipo de condecoraciones. Gran Bretaña le otorga la Cruz de Vuelo Distinguido. Además es consagrado “Caballero de la Legión de Honor” y recibe la Cruz de Guerra Francesa con cuatro palmas y siete citaciones del gobierno francés por su profesionalismo y devoción al deber en combate.
Feliz de haber evadido a la muerte día a día durante cuatro años, solicita su baja y retorna a su amada Patagonia, a su vida en el campo. Se siente un privilegiado por haber volado en uno de los mejores cazas de la Segunda Guerra Mundial. Bernardo decide que sólo volverá a volar como pasajero, en aviones de línea. Pero en dos oportunidades el destino lo vuelve a sentar frente a los comandos de un avión. La primera vez fue durante un remate de hacienda, en La Pampa. La firma consignataria lo transporta en calidad de pasajero. El piloto, al descubrir el interés de Bernardo por su avión, ya que no paraba de hacerle preguntas, lo invita a volar a su derecha, en el puesto de copiloto. Durante el vuelo, el avión ingresa a una zona de tormentas, el piloto se desorienta y pierde el control. De Larminat toma el comando, estabiliza el avión, le devuelve el control al piloto y le enseña algo aprendido en la guerra:
-¡Hombre! ¡Usted tiene que confiar ciegamente en sus instrumentos!


Bernardo De Larminat, junto a sus diez hijos. Criados en un ambiente rural continuaron el legado de su padre. (Archivo Mercedes De Larminat).


Una cruz en Neuquén, a la vera de un alambrado


Bernardo se casó con María Inés Teresa Francisca Cornet D’Hunval (Manina) y tuvieron diez hijos. Un matrimonio que vivió con el confort mínimo, en zonas rurales primitivas y alejadas de cualquier poblado. Sin comunicaciones y malos caminos, de esa forma se abrieron paso en la vida. A fines de los años sesenta, Bernardo se convirtió en vicepresidente de la Sociedad Rural de Choele Choel. Siguió trabajando el resto de sus días en el campo. Paso su últimos veranos en Tierra del Fuego. Luego de la esquila, le pedía el puesto de la Veranada en la cordillera a su hijo Eduardo. Con sus ochenta años a cuestas se iba a cuidar la hacienda que se arreaba allí, acompañado por algunas de sus hijas y nietos. No dejaba rincón sin recorrer. Cerros, turbales, cañadones. Dormía sobre el recado. Eran sus vacaciones, si alguna vez esa palabra estuvo en su vocabulario.


Manina y Bernardo, un matrimonio que, junto a sus hijos, reivindicaron con su ejemplo el trabajo ganadero y agrícola, sin descanso alguno, hasta sus ultimos días. (Fotografía Inés De Larminat).


Falleció el 6 de enero del 2010, a sus 89, años en Zapala. Fue sepultado en la Estancia El Bosque, El Huecú, Neuquén, junto a su esposa Manina, a la vera de un alambrado. Ese fue su deseo. Allí yace ahora, convertido en leyenda.
Respecto a su Servicio Militar Obligatorio, el gobierno de entonces decretó que a los pilotos voluntarios argentinos que combatieron junto a las fuerzas aliadas se los eximiera de tal obligación. Y no solo eso: la misma ley convirtió a Bernardo en Oficial de la Reserva en la Fuerza Aérea Argentina. Similar caso al de Claudio Alan Withington, un cordobés de Villa Huidobro que voló en la Segunda Guerra Mundial con la aviación británica (RAF) y que luego, en 1982, durante la Guerra de Malvinas, voló con la Fuerza Aérea Argentina.
.................Pero esa es otra historia...

miércoles, 8 de marzo de 2023

SGM: Los Spitfire de la Francia Libre

Spitfires de la Francia Libre

Weapons and Warfare


 



Tras la disolución del brazo de la aviación naval francesa de Vichy, la segunda escuadra del grupo de cazas de combate GC II/7 aceptó a varios pilotos de la marina en sus filas. En marzo de 1943 recibió su primer avión británico; Cazas Supermarine Spitfire Mk.Vb. Cuando el GC II/7 se disolvió en agosto, el escuadrón recibió dos designaciones, una de las cuales era francesa y la otra británica, en virtud del hecho de que su complemento incluía pilotos franceses y británicos. Mientras que los británicos designaron la unidad Escuadrón No. 326 de la RAF, los franceses conocían su escuadrón como GC 2/7, a pesar de que estaba adjunto al Ala No. 345 de la Fuerza Aérea Costera Aliada del Mediterráneo (MACAF). Su primera misión como GC 2/7 fue una misión de reconocimiento armado el 30 de abril de 1943, durante la fase final de la guerra en el norte de África, momento en el que la Luftwaffe casi había desaparecido. pero aún quedaban unidades antiaéreos con base en tierra. Para el 13 de mayo, los alemanes se habían rendido en el norte de África y, para entonces, GC 2/7 había volado 42 misiones, acumulando 296 salidas. El 18 de junio, el escuadrón reemplazó sus Mk.Vb Spitfires con la variante Mk.IX más ágil y maniobrable, construida originalmente para combatir al alemán Focke-Wulf Fw 190, un ejemplo del cual había sido acreditado a GC 2/7 solo siete días. más temprano.

Septiembre de 1943 fue testigo de la participación del GC 2/7 en la liberación de Córcega, reclamando la destrucción de siete aviones enemigos por la pérdida de dos de sus pilotos. El día 27, el escuadrón, junto con el GC 1/3, tuvo la distinción de convertirse en la primera unidad Armée de l'Air estacionada en suelo francés, desde la disolución de la fuerza aérea francesa de Vichy el diciembre anterior, cuando ocupó el aeródromo de Ajaccio-Campo dell'Oro. Ahora parte del ala No.332, los deberes del escuadrón incluían patrullas sobre la propia isla de Córcega, interceptación de bombarderos alemanes que atacaban la isla, protección de convoyes aliados que atravesaban el Mediterráneo, ataques contra barcos alemanes atracados en puertos italianos y, desde enero de 1944 , la escolta de los bombarderos de la USAAF que atacan objetivos en Italia. Desde la primavera de 1944,

Finalmente, en septiembre de 1944, la CG 2/7 se encontró con su base en la misma Francia metropolitana y fue asignada al mismo tipo de misiones que había realizado en Italia. Sin embargo, su oficial al mando, el Capitán Georges Valentin, fue derribado por fuego antiaéreo sobre Dijon el día 8, mientras que otro, el Capitán Gauthier, fue derribado una semana después, solo que logró llegar a Suiza desde donde, habiendo sido internado, “escapó”. ” para reincorporarse a su unidad. A medida que la línea del frente avanzaba hacia el este hacia el territorio del Reich, el GC 2/7 se dirigió a Luxeuil, desde donde las misiones voladas a principios de octubre dieron como resultado que se confirmara la destrucción de cuatro aviones enemigos y otro se contara como "probable". La víspera de Navidad vio GC 2/7 escoltando bombarderos B-26. "Alrededor de 20" cazas enemigos atacaron la formación, y GC 2/7 afirmó que cuatro de ellos fueron destruidos, pero los franceses perdieron a uno de sus pilotos en el proceso.



El GC 2/7 chocó con frecuencia con el enemigo a medida que los aliados avanzaban más hacia la Alemania nazi, incluido el avistamiento de dos aviones de combate Messerschmitt Me 262 el 22 de marzo de 1945, que eran demasiado rápidos para los Spitfire con motor de pistón. El 14 de abril, dieciséis de los aviones del escuadrón escoltaban a los Lockheed F-5 cuando fueron interceptados por una formación mixta de Bf 109 y Fw 190, dos de los cuales fueron reclamados por pilotos GC 2/7, pero un piloto fue derribado y se convirtió en – por la breve duración que la guerra en Europa todavía tuvo que correr – un prisionero. Cuando la guerra terminó el 8 de mayo, GC 2/7 había realizado, desde su formación dos años antes, poco más de 7900 incursiones.

El piloto francés de Spitfire, Pierre Closterman, abre su partitura

Pierre Closterman se había unido al Escuadrón No. 341 de la Francia Libre en la primavera de 1943. Ahora con base en la famosa estación de la RAF en Biggin Hill en el sur de Inglaterra, bajo el liderazgo de Henri Mouchotte, tenían tanta experiencia como cualquier escuadrón en Caza. Dominio.

Closterman, de veintidós años, había pasado tiempo desarrollando sus habilidades bajo la tutela de los pilotos mayores, incluidos Mouchotte y Martell, pero aún no se había hecho un nombre. Cuando le llegó el momento de abrir su partitura, lo hizo de manera dramática. Estaban realizando un barrido sobre Francia cuando, de repente, una docena de Focke Wulf 190 intentaron tenderles una emboscada fuera del sol:

Liderados por un magnífico Fw 190 A-6 pintado todo de amarillo y pulido y reluciente como una joya, los primeros pasaban ya por nuestra izquierda, a menos de cien metros, y giraban hacia nosotros. Pude ver claramente, perfilados en sus largas cabinas transparentes, a los pilotos alemanes agachados hacia adelante.

'¡Vamos, turbante amarillo, ataca!'

Martell ya se había lanzado directamente a la formación enemiga. Yellow 3 y Yellow 4 inmediatamente perdieron el contacto y nos dejaron en medio de un torbellino de narices amarillas y cruces negras.

Esta vez ni siquiera tuve tiempo de sentirme realmente asustado. Aunque mi estómago se contrajo, pude sentir una excitación frenética creciendo dentro de mí. Esto era real, y perdí un poco la cabeza. Sin darme cuenta, estaba dando rienda suelta a gritos de guerra incoherentes de Redskin y tirando mi Spitfire.



Un Focke-Wulf ya se desgajaba arrastrando una espiral de humo negro, y Martell, que no perdía el tiempo, iba tras la cabellera de otro. Hice lo mejor que pude para hacer mi parte y respaldarlo y darle cobertura, pero él estaba muy por delante y tuve algunas dificultades para seguir sus giros y giros de Immelmann.

Dos hunos convergieron insidiosamente tras su cola. Abrí fuego contra ellos, aunque estaban fuera de alcance. Los extrañé, pero los hice romper y hacer para mí. ¡Aquí estaba mi oportunidad!

Subí abruptamente, di media vuelta y, antes de que pudieran completar los 180° de su giro, allí estaba yo, esta vez al alcance de la mano, detrás del segundo. Una ligera presión sobre el timón y lo tenía en mi punto de mira. Apenas podía creer lo que veía, solo era necesario un simple desvío, a menos de 200 yardas de distancia. Rápidamente apreté el botón del anillo. ¡Juerga! Destellos por todo su fuselaje. Mi primera ráfaga había dado en el blanco y sin error.

El Focke-Wulf se incendió de inmediato. Lenguas de fuego escapaban intermitentemente de sus tanques perforados, lamiendo el fuselaje. Aquí y allá se veían destellos incandescentes a través del denso humo negro que rodeaba la máquina. El piloto alemán lanzó su avión en un giro desesperado. Dos delgados senderos blancos se formaron en el aire.

De repente, el Focke-Wulf explotó, como una granada. Un destello cegador, una nube negra y luego escombros revolotearon alrededor de mi avión. El motor cayó como una bola de fuego. Una de las alas, arrancada por las llamas, cayó más lentamente, como una hoja muerta, mostrando su superficie inferior amarillo pálido y su superficie superior verde oliva alternativamente.

Grité mi alegría en la radio, como un niño: '¡Hola, Yellow One, Turban Yellow Two, tengo uno, tengo uno! ¡Jesús, tengo uno de ellos!

El cielo ahora estaba lleno de Focke-Wulfs, rozándome, atacándome por todos lados en una exhibición de fuegos artificiales de balas trazadoras. Ellos no “me dejarían ir; una sucesión de ataques frontales, tres cuartos por detrás, derecha, izquierda, uno tras otro.

Empezaba a sentirme mareado y me dolían los brazos. Yo también estaba sin aliento, porque maniobrar a 400 mph un Spitfire cuyos controles están endurecidos por la velocidad es un trabajo bastante agotador, especialmente a 26,000 pies. Sentí como si me estuviera sofocando en mi máscara y puse el oxígeno en 'emergencia'. Todo lo que podía sentir era un martilleo en mis sienes húmedas, mis muñecas y mis tobillos.

Momentos después, Closterman estaba 'estupefacto' al derribar a un segundo alemán.

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