Arrogancia equivocada
Gaceta AeronáuticaPablo Luciano Potenze

Todavía se discute si la flota de Aerolíneas, durante los años ochenta, era la mejor porque tenía muchos aviones nuevos, o la peor, porque eran aviones de diseño anticuado y muy gastadores de combustible. En su momento la empresa la mostró como un símbolo de superioridad.
Boeing supo crear un cliente fiel con Aerolíneas Argentinas, que compró muchos aviones que demostraron ser confiables y tuvieron un servicio de postventa de primera categoría, cosas que una empresa siempre valora. Además, y esto es fundamental, Boeing dio a la empresa argentina una filosofía de operación que acabó con las chapucerías que arrastraba desde su fundación y terminó con una era de accidentes fatales que por momentos fue inquietante (ver UNA HISTORIA MALDITA).
Pormenores de una flota
La contracara de esta relación comercial fue que Aerolíneas Argentinas no siempre compró los aviones que necesitaba, o compró más de lo que realmente necesitaba. Los 737 no se adaptaron nunca a todas sus rutas debiéndose levantar varias de ellas, los 727 eran operativamente caros para el momento en que llegaron y era difícil lograr buenos coeficientes de ocupación con un avión de ese tamaño y los Jumbo funcionaron razonablemente en las rutas europeas, pero no se adaptaron al cambiante ambiente de los vuelos a Estados Unidos, donde era necesaria una elasticidad que exigía aviones más chicos para ofrecer más frecuencias en diversos horarios y destinos. Mientras la empresa argentina estaba limitada a hacer pocos vuelos en Jumbo, Eastern, United y American volaban más en todo tipo de aviones más pequeños, lo que les permitía tener flexibilidad de horarios dentro de las limitaciones al acuerdo bilateral.
Obviamente, los pasajeros no estaban al tanto de estas cuestiones. Simplemente querían viajar, y poco les importaba el tamaño del avión. Como siempre, se fijaban en el horario, la puntualidad y el servicio en general, y Aerolíneas, con su flota rígida, estaba en desventaja.
La compra de estos aviones fue producto de la política económica que tuvo el país durante el gobierno militar, que facilitó el endeudamiento de las empresas públicas con la famosa “plata dulce”. Y fue entonces que Aerolíneas destacó en su publicidad la variedad e importancia de su flota que, digamos la verdad, estaba formada por aviones nuevos, que además eran los mismos que usaban todas las empresas del mundo, aunque en otra realidad.

Para esos años, además, Aerolíneas había logrado su viejo objetivo de volar con una flota todo jet, y eso también se reflejó en esta campaña, aunque sólo era un mensaje para el mercado interno. Siempre nos quedará la duda sobre si el abandono de las escalas internas, que se dio en coincidencia con la llegada de los 737, fue una decisión correcta. La realidad fue que no se pudieron abandonar todas y se debieron traer los Fokker F-28 como solución de compromiso.

En los años siguientes la mayoría de los competidores internacionales comenzaron un lento proceso de retiro de los Jumbos de sus rutas a nuestro país. Las empresas europeas se inclinaron por el DC-10/30, las norteamericanas por diversos aviones más chicos, que incluyeron hasta el Boeing 747SP y las latinoamericanas siguieron la tendencia. Esto dio a la empresa argentina un nuevo argumento, asociado al sempiterno miedo a volar de los pasajeros. La publicidad remarcó que el Boeing 747/200 era el verdadero Jumbo, y que cuatro era más que tres y, por lo tanto, un cuatrimotor era más seguro que un trimotor.

Para la gente de Aerolíneas aquellos tiempos de plata dulce y aviones caros fue una suerte de edad de oro de una compañía que parecía rentable por lo que se veía, pero se estaba endeudando de un modo irresponsable, imposible de pagar con su capacidad de generación de fondos, algo que se haría evidente después de la Guerra de Malvinas.
